La mejor respuesta para alguien que no cree en Dios
El asunto no es que Dios no exista, sino que tú no lo tienes.
Un amigo tuyo te repite siempre: “¡Dios no existe!”. Y a ti esto te duele tanto como si alguien te golpeara con un látigo. Estás luchando por tu alma y por tu propia vida. Lo has entendido bien: si no existe el Dios vivo y Todopoderoso, que es más fuerte que la muerte, entonces la muerte es el único dios todopoderoso. Entonces, todas las criaturas vivas del mundo son simples juguetes entre los garras de la todopoderosa muerte, como un ratón en las garras de un gato hambriento.
Cierta vez, perturbado, le dijiste a tu pobre amigo: “¡Dios existe... tú no existes!”. Y no te equivocaste, porque aquellos que se apartan del Eterno Dador de vida, en este mundo, serán separados de Él también en la vida futura. Así, no conocerán, ni aquí ni en la eternidad, al Creador de todas las criaturas. Y es que apartarse de Él es peor que no existir.
Si yo estuviera en tu lugar, le diría también esto a aquella persona:
«Te equivocas, amigo, cuando dices que Dios no existe. Lo correcto sería que dijeras: “Yo no tengo a Dios”, porque, como puedes ver, quienes te rodean sí sienten a Dios, y por eso dicen: “Dios existe”. Luego, el asunto no es que Dios no exista, sino que tú no lo tienes.
Te equivocas, como lo haría un enfermo al afirmar: “No existe la salud en el mundo”. Ciertamente, debería decir: “Yo no tengo salud”, pero, al sostener que “no existe la salud en el mundo”, miente.
Te equivocas, como lo haría un ciego al afirmar: “No existe la luz en el mundo”. La luz existe; todo el mundo, de hecho, está lleno de ella. Sin embargo, él, por estar ciego, no puede apreciarla. Por eso, si quiere hablar con la verdad, debería decir: “Yo no tengo luz”.
Te equivocas, como lo haría un mendigo al afirmar: “En este mundo no existe el oro”. Claro que existe, tanto en la superficie como debajo de ella. Decir que no existe, es, entonces, mentir. Hablar con la verdad sería decir: “Yo no tengo oro”.
Te equivocas, como lo haría un malhechor al decir: “No hay bondad en este mundo”. Talvez en él no haya bondad, pero en el resto del mundo seguramente sí la hay. Así, debería decir: “Yo no tengo bondad”.
También tú, amigo, te equivocas cuando dices que Dios no existe. Porque, si tú no tienes algo, no significa que nadie más lo tenga o que no exista. ¿O es que alguien te dio la potestad de hablar en nombre del mundo entero? ¿Quién te otorgó el derecho de señalar a todos de tu propia enfermedad y de atribuir a todos tu propia debilidad?
Sin embargo, si dices: “Yo no tengo a Dios”, estarás hablando con la verdad y dando testimonio por ti mismo, porque han existido y siguen existiendo personas excepcionales, pero que en verdad no tienen a Dios. Él, sin embargo, sí que “los tiene” a ellos, hasta su último aliento. Si con su último aliento declaran que no tienen a Dios, entonces tampoco Él los seguira teniendo a ellos. Y los escribirá en la columna de “gastos”. Por eso, te suplico, amigo, por tu alma, por la vida y el Reino Eterno, por las lágrimas y heridas de Cristo: te ruego, convierte tu declaración de empecinamiento en un testimonio de contrición. Y la Iglesia ya te dirá lo que tienes que hacer después... ¡Tú solamente pregunta!
¡Que la paz y la bendición del Señor queden contigo!».
(Traducido de: Episcop Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, volumul I, Editura Sophia, Bucureşti, 2002, pp. 258-259)