La misericordia de Cristo y el sacrificio de un joven monje
Cristo no solamente hizo que aquel té se tornara en leche, sino que además lo transformó en el mejor medicamento para que el monje pudiera sanar de su enfermedad.
En el Monasterio Esfigmenu, en tiempos del higúmeno Sofronio, vivía un monje que, aunque joven, era muy rico en virtudes. Además de tener una gran devoción, se caraterizaba por su humildad y su permanente disposición al trabajo y el sacrificio. Sin embargo, debido a lo endeble de su constitución física, tendía a enfermarse continuamente; además, provenía de una familia noble y había crecido sin mayores privaciones. Así las cosas, cuando apenas empezaba a cumplir con sus primeras tareas monásticas, cayó enfermo de tuberculosis. Viendo lo delicado de su estado, el higúmeno le dio su bendición para que bebiera leche, incluso durante la Gran Cuaresma. El joven monje agradeció la licencia concedida por su mentor, y respondió: “¡Que sea con la bendición de Dios!”. Sin embargo, casi inmediatamente, le dijo al higúmeno:
—Con su bendición, padre, beberé solamente té. Y Cristo, Quien puede transformar ese té en leche, me ayudará a sanar.
El higúmeno se sintió profundamente admirado por la grandeza de alma del monje, y le dio su bendición para beber solamente té. Y si esas palabras del joven monje conmovieron al higúmeno, seguramente consiguieron que Cristo rebosara Su misericordia sobre el enfermo.
Me contaba el anciano Doroteo, quien tiene a su cargo el cuidado de los enfermos en aquel monasterio, que Cristo no solamente hizo que aquel té se tornara en leche, sino que además lo transformó en el mejor medicamento para que el monje pudiera sanar de su enfermedad. Efectivamente, a los pocos días, los síntomas de la tuberculosis fueron remitiendo, hasta desaparecer por completo. No está de más agregar que aquel virtuoso muchacho pudo seguir cumpliendo con sus tareas de obediencia y ayunando con los demás monjes.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Părinți Aghioriți Flori din Grădina Maicii Domnului, Editura Evanghelismos, 2004, pp. 127-128)