Palabras de espiritualidad

“La Natividad de Cristo, alegría de todos” (Carta Pastoral de Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía, año 2024)

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

La salvación consiste en la unión del hombre, pecador y mortal, con Dios, Quien es santo y eterno. Cristo nace como Salvador, justamente para sanar a los hombres del pecado y de la muerte, para hacerlos partícipes de la vida eterna.

† DANIEL

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.

Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest.

Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y, de nuestra parte, paternales bendiciones.

“Os anuncio una gran alegría, 

que lo será para todo el pueblo.

En la ciudad de David 

hoy os ha nacido un salvador” 
(Lucas 2, 10–11)

Piadosísimos y muy venerables Padres,
Amados hermanos y hermanas en el Señor,,

El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo es anunciado por los ángeles como una gran alegría para la salvación de los hombres. La buena nueva del Nacimiento de Cristo en Belén de Judea es presentada a los hombres por parte de los ángeles del Cielo, porque Aquel que nace en una gruta debajo de la tierra es precisamente el Mismo por el Cual y para el Cual fueron creados el cielo y la tierra (cf. Colosenses 1, 16), el Hijo eterno del Padre celestial.

El Santo Evangelista Lucas nos dice que el anuncio del Nacimiento de Cristo, hecho a los pastores de Belén por el ángel del Señor, vino acompañado de la gloria del Señor, que envolvió a los pastores mientras el ángel estuvo con ellos (cf. Lucas 2, 9).

Así pues, el anuncio de la Natividad del Señor se hace tanto con la palabra celestial como con la visión celestial, con alabanzas pronunciadas por la boca y con la gloria vista con los ojos, porque el Dios-Verbo, invisible para los ojos del cuerpo, inabarcable para la mente y la vista, y jamás tocado por mano humana, se hace Hombre visible para los ojos, es escuchado por los oídos humanos, entendido con la mente y tocado con las manos. ¿Por qué? Para darnos a los hombres, limitados y efímeros, Su gloria que es infinita y eterna. Para alzarnos a Su santidad, a nosotros, quienes vivíamos en el pecado. Para concederles la vida eterna a los mortales. Para enseñarnos la humilde obediencia y el agradecimiento a Dios, a nosotros, tan desobedientes y desagradecidos.

El Soberano Todopoderoso del mundo, Quien es glorificado eternamente por los ángeles, se hizo un hombre pobre y un humilde servidor, para librarnos del sometimiento de la codicia y la tiranía del orgullo y la vanagloria. Aquel que nace eternamente de Dios-Padre, sin madre, nace en el tiempo de una madre, pero sin padre, para ser, al mismo tiempo, Hijo único del Padre celestial e hijo único de la Virgen.

El Hijo eterno del Padre celestial asumió el aspecto de un Niño nacido de una madre terrenal, sin padre terrenal, para enseñarnos a nosotros, quienes vivimos en el mundo, a buscar sin cesar y a amar todo el tiempo al Padre eterno. El Creador de cielos y tierra, Cristo, desciende de los cielos a la tierra, para alzarnos a nosotros, quienes vivimos aquí, a los cielos, Su amor humilde es el espacio de libertad y exaltación por medio del amor a Dios y a nuestros semejantes.

Cristo el Señor se hizo portador de un cuerpo material, para hacernos a nosotros portadores del Espíritu Santo celestial. Él se hizo Hombre, para deificarnos a los hombres con la Gracia. El Hijo glorioso del Dios se hizo un humilde Hijo del Hombre, para alzarnos a nosotros a la dignidad y la gloria de hijos espirituales de Dios, como dice el Santo Apóstol y Evangelista Juan: “A todos los que lo reciben, a los que creen en Su nombre, les da el ser hijos de Dios; Él, que no nació ni de sangre ni de carne, ni por deseo de hombre sino de Dios” (Juan 1, 12-13). Cristo descendió de los cielos y nació en una gruta, en el interior de la tierra, para alzarnos a los hombres al interior del Reino de los Cielos.

Este es el sentido más profundo de la gloria del Señor revelada a los pastores de Belén, cuando el ángel del Señor les anunció el humilde Nacimiento de Cristo, el Señor. ¿Por qué fue anunciado Él como nuestro Salvador? Porque la salvación consiste en la unión del hombre, pecador y mortal, con Dios, Quien es santo y eterno. Cristo nace como Salvador, justamente para sanar a los hombres del pecado y de la muerte, para hacerlos partícipes de la vida eterna.

Con la Natividad del Señor, el cielo se une con la tierra, y los ángeles se alegran junto con los pastores, para revelarnos el misterio de la salvación, a nosotros, los hombres, en la Iglesia de Cristo, donde la Liturgia oficiada por los pastores espirituales de los fieles se une con la Liturgia celestial oficiada sin cesar por los ángeles en los cielos, tal como repetimos en las mismas oraciones de la Divina Liturgia (como la oración previa a la Divina Liturgia y la oración que se hace cuando entramos con el Santo Evangelio por las Puertas Reales).

En este sentido, el Santo Evangelista Lucas nos dice que, cuando el Nacimiento del Señor, junto con el ángel mensajero, también se les reveló a los pastores lo siguiente: “Y en seguida se unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra, entre los hombres, buena voluntad” (Lucas 2, 13-14).

¿Por qué el ángel del Señor les anunció a los pastores de Belén el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo cuando era de noche? Porque los pastores velaban. En ese sentido, el Evangelio nos dice que los pastores “vigilaban por turnos durante la noche su rebaño” (Lucas 2, 8).

Debido a que los pastores estaban acostumbrados a velar en la noche para cuidar sus ovejas, sabían, más que la mayoría de personas, cómo escrutar y admirar el firmamento, y apreciaban el misterio de la luz que disipa la oscuridad. En el campo, los pastores, libres de las preocupaciones y los placeres mundanos de la ciudad, entendían de mejor manera el vínculo entre cielo y tierra, entre los dones del cielo y la vida terrenal. Por eso, cuando nace Cristo —la Luz de las luces, “Pastor y Guardián de nuestras almas” (1 Pedro 2, 25)— los pastores, con ojos avizores, con la mente y el corazón despiertos, son los primeros en recibir el anuncio de la Venida del Salvador del mundo.

Cuando los ángeles se fueron, los pastores del campo fueron a Belén y, después de ver con sus ojos al Niño en el pesebre (cf. Lucas 2, 16), tal como se los anunciara previamente el ángel del Señor (cf. Lucas 2, 12), se hicieron, a su vez, mensajeros del júbilo del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

El Evangelio dice: “Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. (…) Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lucas 2, 16-18 y 20).

Tal como entonces los ángeles y los pastores de ovejas de Belén anunciaron el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo “con gran júbilio”, como una maravilllosa obra celestial que tuvo lugar para la salvación de los hombres, también hoy, en la Iglesia Ortodoxa, los niños y los jóvenes, a semejanza de los ángeles, y los sacerdotes, que son los pastores de las comunidades de cristianos, como los pastores de Belén, anuncian en las vísperas de la Navidad el Nacimiento del Señor, yendo de casa en casa, y después vuelven a la Casa del Señor, la iglesia, para enaltecer y alabar, juntos y con gran fervor, el misterio de la Natividad del Señor, del amor piadoso de Cristo por la humanidad.

Cristianos ortodoxos,

El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo fue anunciado por los ángeles como una inconmensurable felicidad para todo el pueblo, porque representa la alegría de la salvación. Y, debido que el anuncio de la salvación por parte de los ángeles fue recibido con fe, dio frutos de gran alegría en las almas de los fieles y sigue dando frutos de esa misma felicidad, año tras año. Esta es la razón por la cual la fiesta de la Natividad del Señor es una celebración de la alegría que nos concede Dios-Padre en Su Hijo, Cristo el Señor, con la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia y en las almas de los fieles.

Ya que Cristo el Señor es el manantial del regocijo perfecto e imperecedero (cf. Juan 17, 13), el vínculo vivo con Él, por medio de la fe fuerte, la oración ferviente y las buenas acciones, trae alegría a la vida de la Iglesia y las almas de los fieles. Esta alegría de la fe en Cristo y del amor perseverante a Él es llamado por el Santo Apóstol Pablo “alegría en el Señor” (cf. Filipenses 4, 4). Esta alegía es el fruto del Espíritu Santo en el alma del hombre creyente y amante de Cristo y de sus semejantes (cf. Gálatas 5, 22) y garantía del gozo eterno del Reino de Dios (cf. Romanos 14, 17).

Esta alegría, como presencia del don de Cristo en el alma del hombre que lucha contra el pecado y las tribulaciones de la vida, no desaparece ni ante las pruebas (cf. II Corintios 6, 10; 7, 4; 1 Tesalonicenses 1, 6; 2, 19), sino que, al contrario, crece cuando el creyente sufre por Cristo y por la Iglesia (cf. Colosenses 1, 24; Hebreos 10, 34; 12, 2; Santiago 1, 2; 1 Pedro 4, 13). La alegría de la fe se intensifica y se fortalece con la oración ferviente, el arrepentimiento y el perdón de los pecados, con la liberación de las pasiones, el buen consejo y las buenas acciones, con la vida pura y el amor santo. Así, deviene en una alegría total para quienes avanzan en el camino de la santidad.

Cuando la Santa Iglesia de Cristo llama a todos a la salvación, los llama a esta alegría perfecta en Cristo, Quien es el manantial de la alegría eterna. Cuando Cristo el Señor viene al mundo como un Niño nacido humildemente, los ángeles anuncian a los pastores una felicidad sin par.

Cuando Cristo el Señor resucita de entre los muertos después de haber sido crucificado, Él Mismo sale al encuentro de las miróforas con el saludo: “¡Alegraos!”. Cuando Cristo Resucitado asciende a los Cielos en Su gloria, promete quedarse con quienes crean en Él, todos los días, hasta el fin de los tiempos (cf. Mateo 28, 20), y los discípulos viven con “gran alegría” (Lucas 24, 52) la verdad de la promesa de Cristo y de Su presencia en ellos, por medio de la obra del Espíritu Santo, el Consolador (cf. Juan 15, 26; 16, 13-14).

La alegría de la fe o la alegría de los cristianos en Cristo el Señor es anunciada por el Santo Apóstol Pedro, como el gozo de la salvación, lleno de don y de luz: “A Quien amáis sin haberle visto; en Quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas” (1 Pedro 1, 8-9).

La alegría de la fe como gozo de la salvación de los hombres y como regocijo de la vida eterna en Cristo fue anunciada ya por los profetas del Antiguo Testamento, especialmente por Isaías (Isaías 9, 2; 35, 1; 44, 23; 49, 13; 61, 7, 10; 65, 14; 66, 10). Es uua alegría que se vive como el gozo santo de la vida cristiana por parte de los Santos Apóstoles y por la Iglesia de Cristo a lo largo de los siglos, y se da plenamente a los que se salvan, a los justos y a los santos en el Reino de Dios, como encontramos en el libro del Apocalipsis (18, 20; 19, 7). El regocijo de la fe, como alegría de la presencia de Cristo el Señor en las almas de los hombres que creen en Él y lo aman a Él, crece junto con la fuerza de nuestra fe, nuestra oración, nuestro anhelo de la santidad y nuestras buenas acciones.

La alegría de la fe se hizo fructífera, a lo largo de los siglos, en la predicación de los Santos Apóstoles, con el testimonio sacrificial de los santos mártires, en la lucha por la defensa de la fe correcta por parte de los Santos Padres de la Iglesia, en el celo pastoral de los sacerdotes párrocos y en la oración incesante de tantos monjes y monjas en los monasterios, en la buena educación de los hijos y los jóvenes en la fe correcta, en la multitud de iglesias y catedrales, en todos los centros filantrópicos fundados por los cristianos, en el conjunto de obras de arte cristiano, pero especialmente en la belleza de las fiestas y los cánticos de la Iglesia Ortodoxa, tal como en la belleza de los villancicos y las tradiciones populares de nuestro país, inspirados todos por la fe cristiana.

Todo lo anterior es comprendido e iluminado por la alegría del amor piadoso y la gloria perpetua de nuestro Señor Jesucristo, el Salvador del mundo.

Todos los oficios de la Iglesia, como obras de confesión y glorificación de Cristo, como respuesta de nuestro amor a Su amor misericordioso y salvador, son fuente de alegría y vestiduras del gozo. De igual forma, las oraciones diarias que hacemos con fe y devoción, en la paz de nuestro hogar o en nuestro lugar de trabajo, son también una fuente de alegría. Todas las palabras buenas que pronucniamos y las buenas acciones que realizamos con amor y humildad para servir a nuestros semejantes, ya sea en el seno de nuestra familia, en la Iglesia o en la sociedad, son también fuentes de alegría, porque son las señales luminosas de nuestra fe en Cristo y de Su santo amor que obra en nosotros por medio de la Gracia del Espíritu Santo.

Amados fieles,

En nuestra vida cotidiana, pero especialmente en estos días festivos, ofrezcamos a quienes nos rodean los dones y las señales de nuestra alegría. Llevemos alegría a los hogares y las almas de aquellos que atraviesan algún momento de tristeza y soledad, enfermedad y pobreza, sufrimiento y aislamiento. Respondamos al amor infinito de Dios por la salvación de los hombres con nuestros actos de amor fraterno, sabiendo que la verdadera fe es “la fe que obra por medio del amor” (Gálatas 5, 6). No olvidemos en nuestras oraciones y en nuestras manifestaciones de amor fraterno, esta Navidad y este Año Nuevo, a nuestros compatriotas que están lejos del país, lejos de casa.

En la noche del 31 de diciembre 2024 al 1 de enero de 2025 y en el día del Año Nuevo, elevemos nuestras oraciones de gratitud hacia Dios (Te-Deum) por todas las bondades recibidas de Él en el año que recién termina, y pidámosle Su auxilio en toda buena empresa que nos propongamos para el año que está empezando

En el año 2025 estaremos celebrando 140 años del reconocimiento de la autocefalía de la Iglesia Ortodoxa Rumana y 100 años desde que nuestra Iglesia fue elevada al rango de Patriarcado por parte del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Asimismo, serán canonizados cuatro santos athonitas rumanos por parte del Patriarcado Ecumnénico y será proclamada, por parte del Patriarcado Rumano, la canonización de 16 padres espirituales y confesores del tiempo del régimen comunista.

En esta perspectiva, el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana proclamó el año 2025 como Año de homenaje al Centenario del Patriarcado Rumano y Año conmemorativo de los padres espirituales y confesores ortodoxos rumanos del siglo XX.

Con ocasión de las Santas Fiestas del Nacimiento del Señor, el Año Nuevo 2025 y el Bautismo del Señor, reciban nuestras bendiciones paternales, nuestros votos por la salud, la salvación, la paz y la felicidad de cada uno y cada una de ustedes, y un gran auxilio de Dios en cada acto de buena fe, junto con el saludo tradicional: “¡Por muchos años!”.

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes” (II Corintios 13, 13). 

Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,

† Daniel
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana