“La Natividad del Señor, ensalzada en los cánticos de la Iglesia” (Carta Pastoral de Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía, año 2023)
Demostremos nuestro amor misericordioso y nuestra solidaridad con todos los demás, especialmente con aquellos que sufren por causa de la guerra; llevemos la alegría de la fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo a las casas de los niños huérfanos, a los asilos de ancianos, pero también allí donde haya mucha tristeza, soledad y depresión, a las familias pobres, sufrientes y apesadumbradas. ¡Ahí donde podamos obrar el bien, hagámoslo, portando, en el alma y también en nuestros corazones, la alegría de los ángeles, de los pastores y de los magos que vienen a Belén!
† DANIEL
Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.
Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest.
Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y, de nuestra parte, paternales bendiciones.
«La Virgen hoy da a luz al Altísimo y la tierra ofrece una gruta al que es Infinito. Los ángeles y los pastores lo glorifican y los magos viajan con la estrella. Porque como un Niño nace para nosotros Dios, Quien no tiene principio». (Kondaquio de la Natividad del Señor, obra de Romano el Méloda) [1]
Piadosísimos y muy venerables Padres,
Amados hermanos y hermanas en el Señor,
El Nacimiento del Niño Jesús fue anunciado a los pastores de ovejas de Belén, en la noche, por una multitud de ángeles que cantaban: «¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad!». (Lucas 2, 14).
Debido a que el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana declaró el año 2023 como Año conmemorativo de los himnógrafos y de los cantantes eclesiales, el tema de la Pastoral de Navidad de este año evidencia la forma en que el Nacimiento del Señor es celebrado en los cánticos de la Iglesia y en los villancicos populares inspirados por este [2].
El misterio de la Natividad del Señor es el del amor misericordioso y humilde de Dios por los hombres. Descendiendo el Hijo de Dios entre nosotros, aquí, en la tierra, nos abrió el camino para alzarnos a Él, a la vida celestial.
Por eso, la Encarnación del Hijo de Dios, Quien se hizo Hombre por Su amor infinito al hombre, es el fundamento y el corazón de la fe cristiana. Esta santa e inmensa labor salvadora fue también el propósito por el cual Dios creó al mundo. Y fue anunciada por los profetas de Dios, inspirados por el Espíritu Santo, y después fue vista y testimoniada por los Apóstoles de Cristo (cf. Romanos 1, 2), fue defendida ante las herejías y formulada como dogma por los Padres de la Iglesia, fue ensalzada en oraciones y encomiada en cánticos a lo largo de los siglos, por parte de todos los cristianos de buena voluntad y amantes de Dios.
Para los Santos Apóstoles, la contemplación del Misterio de la Encarnación o Humanización del Hijo de Dios es la fuente de teología entera, de la íntegra vida espiritual y de la misión de la Iglesia en el mundo. En este sentido, el Santo Apóstol Pablo, admirado ante el amor misericordioso de Dios por el mundo, exclama: «En efecto, es realmente grande el misterio que veneramos: Él se manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, proclamado a los paganos, creído en el mundo y elevado a la gloria». (I Timoteo 3, 16). En tanto que el Santo Apóstol y Evangelista Juan dice: «Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a Su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Juan 3, 16).
Siguiendo la fe de los Santos Apóstoles, los Santos Padres de la Iglesia, grandes mentores del mundo y jerarcas, piadosos y confesores, himnógrafos y mélodas, no dejaron de enaltecer el misterio del amor infinito de Dios por el mundo, el cual nos fue revelado por medio de Cristo. A este respecto, San Máximo el Confesor (†662) dice que, «debido a Su infinita añoranza de los hombres, Aquel que existía desde siempre se hizo el mismo ser amado» [3], es decir, hombre.
¿Quién más puede salvar o sanar al hombre del pecado y de la muerte, sino Dios, Quien no tiene pecado ni muerte? Los cánticos ortodoxos de la Natividad del Señor hablan de la sanación del hombre del pecado por medio del Nacimiento de Cristo: «Viendo cómo se perdía aquel que fuera creado a Su imagen y semejanza, Cristo salió de los Cielos, descendió y vino a morar en el vientre sin mancha de la Virgen, para restaurar en Él a Adán, quien cayó en pecado. ¡Gloria a Tu revelación, Salvador y Dios mío!» [4]. Por su parte, San Gregorio de Nisa (†395) describe así el propósito de la Encarnación del Hijo eterno de Dios: «Nuestra débil naturaleza, en verdad, necesitaba de un médico. Extenuado, el hombre esperaba a Aquel que vendría a tenderle la mano. El que había perdido la vida, esperaba al Mismo Dador de vida» [5].
En pocas palabras, los Santos Padres de la Iglesia resumieron de esta manera la doctrina sobre el objetivo de la Encarnación del Hijo de Dios: «Dios se hizo Hombre, para que el hombre pudiera hacerse Dios, por la Gracia». O: «Dios quiso hacerse portador de un cuerpo de hombre, para que el hombre pudiera ser portador del Espíritu (Santo)». O: «El Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre, para que los hombres pudieran hacerse hijos de Dios por la Gracia».
Luego, la fiesta del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo es, ante todo, la celebración del amor misericordioso de Dios por los hombres. El Hijo del Dios Eterno descendió de los Cielos, se encarnó en el Espíritu Santo y la María la Virgen y se hizo hombre, para conceder a los hombres, pecadores y mortales, el perdón de los pecados y la vida eterna.
Los Santos Padres de la Iglesia han meditado profundamente sobre el sentido del Misterio de la Encarnación y el Nacimiento como hombre del Hijo eterno de Dios, Quien, «careciendo de principio, recibe uno, al nacer con un Cuerpo en Belén» [6], y «Aquel que es inabarcable cabe en un vientre y viene a nacer por nosotros, de un vientre materno» [7], como dicen los cantos propios de la fiesta de la Natividad del Señor.
San Máximo el Confesor dice que Dios-Palabra «quiso tomar una forma corpórea y, viniendo a un cuerpo —de nosotros, por nosotros y como nosotros, pero sin pecado—, enseñarnos, de un modo entendible, con palabras y parábolas, lo que debíamos saber de las cosas inefables, que sobrepasan la fuerza de toda palabra» [8].
Así las cosas, el Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre pecador y mortal fuera alzado del pecado y la muerte, para hacerse capaz de alcanzar la santidad y vivir eternamente, porque desde el comienzo fue creado a imagen y semejanza de nuestro Dios Santo y eternamente vivo. Con Su obra redentora, de unión del hombre mortal con el Dios Eterno, Jesucristo vino a sanar y purificar al ser humano de lo que no le era sano ni natural, es decir, el pecado y la muerte, que fueron la consecuencia del alejamiento del hombre de Dios por su desobediencia y su impenitencia (cf. Génesis 2, 17 y Romanos 6, 23).
El Niño Jesús, Dios-Niño, nace sin pecado, pero crece, vive y lucha en un mundo profundamente marcado por el pecado y diversas formas de muerte espiritual y física. Recibido con júbilo por los ángeles en Belén, en compañía de los pastores y los magos de Oriente, Él es, por otra parte, perseguido por el rey Herodes, quien pretende matalo. Posteriormente, cuando empiece Su actividad pública, Jesús será amado por las multitudes a quienes ilumina, alimenta espiritualmente con el Evangelio del amor eterno, y los sana de enfermedades, de pasiones y de sufrimientos, por medio de Su don dador de vida santa.
Con Su misma manera de hablar, de vivir y de actuar, nuestro Señor Jesucristo nos demuestra que es, de forma absoluta, el Hombre para los hombres, porque es absolutamente el Hombre para Dios, o mejor dicho, Él es el Dios-Hombre, la medida suprema del humano santificado y hecho eterno, capaz del amor infinito y la vida eterna.
Cristo, el Señor, nacido de una madre virgen, pobre y sencilla, en un modesto pesebre, será todo el tiempo humilde y pobre en lo material, pero rico y tenaz en la pureza, la santidad y el amor misericordioso. Modelo supremo y constantemente promotor de la verdad y la justicia, la humildad y el perdón, la paz y el amor misericordioso, el Señor Jesucristo bendice a los humldes, a quienes lloran por sus pecados, a los mansos, a los que tienen sed de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón y a los pacificadores (cf. Mateo 5, 3-12).
Él «no desea la muerte del pecador, sino que vuelva y tenga vida» (cf. Ezequiel 18, 23; 33, 11). Él quiere «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Timoteo 2, 4). Nuestro Señor Jesucristo aprecia a los hombres buenos y justos, en tanto que a los malos y pecadores los llama al arrepentimiento y la conversión, a la sanación y a la redención, para obtener el perdón, la salvación y la vida eterna.
Un himno de la espiritualidad cristiana de principios del siglo II manifiesta esta verdad así:
«Su amor por mí humilló Su gloria.
Se hizo uno como yo, para que yo le recibiera,
Se hizo uno como yo, para vestirme con Su manto.
No hay temor en mí al verle, porque Él es para mí solo Misericordia.
Tomó mi naturaleza para que pudiera descubrirlo.
Él tomó mi rostro, para que yo no apartara mi rostro de Él» [9].
Amados y amadas fieles,
El Misterio de la Encarnación de Cristo, Hijo de Dios, del que San Juan Damasceno dice que es «lo único nuevo bajo el sol», es cantado con un santo estremecimiento en todos los cánticos de la Iglesia Ortodoxa, demostrándonos con claridad que el propósito de la Encarnación del Hijo de Dios es la santificación del hombre y su participación en la vida eterna: «Vengan todos los fieles, alcémonos espiritualmente y veamos en verdad el divino descenso en Belén. Así, purificando nuestra mente con una vida sin mancha, presentémosle, en vez de mirra, buenas obras; preparemos con nuestra fe la fiesta de la Natividad y desde lo profundo de nuestras almas, exclamemos: ¡Gloria en lo alto al Dios Trino, Quien nos mostró Su buena voluntad y misericordia, salvando a Adán de la maldición original, siendo un amante de la humanidad!» [10].
Este amor sin fin y más allá de todo entendimiento, como lo es el amor de Dios por los hombres, ha inspirado obras de arte, literatura y música, tanto culta como popular. Una de las expresiones más vivas de la forma en que el pueblo ha teologizado y cantado poéticamente el misterio del amor de Dios por el hombre, se encuentra en los villancicos. En el caso de los villancicos rumanos, se caracterizan por la profundidad de su teología y la sencillez de su forma. En ellos no se disminuye en nada la divinidad del Hijo, del mismo modo en que no es olvidada Su humanidad: «Hoy ha nacido Aquel que no tiene principio, como lo anunciaron los profetas»; «Pequeñito, envueltito en un pañal de algodón / La nieve no le toca, el viento sopla, no le abate».
Los villancicos representan la expresión más viva de la cultura teológica y espiritual popular del rumano cristiano ortodoxo. Son, ciertamente, un memorial y una prolongación de la Liturgia y de los oficios de Navidad que escuchamos en la iglesia. Son, además, el eco y el fruto del servicio y la santidad de la iglesia en las aldeas y los pueblos, en los hogares cristianos, porque los corazones de los fieles se convierten en iglesia, en el pesebre de Belén transformado en acogedora morada para el Cielo, en casa de huéspedes, en la cual el Niño es enaltecido por los sabios magos.
Poresía y canto santo, devoción y alegría, los villancicos rumanos son oro, mirra e incienso, en el sentido espiritual, brotados del corazón y portados en los labios, como dones y ofrendas para el Niño Jesús, como respuesta a Su amor por nosotros.
Nuestros villancicos son bondad brotada del cumplimiento del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Uno de estos villancicos nos exhorta, hoy, a guardar la fe correcta y a cultivar el amor a nuestros semejantes, como una Divina Liturgia del amor de Dios que va de pueblo en pueblo, de generación en generación:
«Hoy, con mis abuelos canto en coro
el villancico bueno y santo;
ya en sus tiempos era viejo
el anciano Papá Noel.
Es fiesta y hay alegría,
ahora, en tu hogar,
Pero también hay barracas sin fuego
¡y mañana es la Nochebuena!
Ahora te dejo, ¡que tengas salud
y que te alegres esta Navidad!
Pero no olvides, cuando estés feliz,
que lo importante es ser bueno».
Como en antaño, Cristo viene hoy entre nosotros de muchas maneras: como un hombre que canta villancicos o como un peregrino desconocido, con el rostro humilde de quienes no tienen hogar, o con el de los niños y los ancianos abandonados, el de los pobres y los enfermos, el de los hombres solos y tristes, los hambrientos y los desvalidos.
Cristianos ortodoxos,
Demostremos nuestro amor misericordioso y nuestra solidaridad con todos los demás, especialmente con aquellos que sufren por causa de la guerra; llevemos la alegría de la fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo a las casas de los niños huérfanos, a los asilos de ancianos, pero también allí donde haya mucha tristeza, soledad y depresión, a las familias pobres, sufrientes y apesadumbradas. ¡Ahí donde podamos obrar el bien, hagámoslo, portando, en el alma y también en nuestros corazones, la alegría de los ángeles, de los pastores y de los magos que vienen a Belén!
Desde esta perspectiva, el Santo Sinodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana proclamó el año 2024 como Año de homenaje a la pastoral y el cuidado de los ancianos y Año conmemorativo de todos los Santos taumaturgos y anárgiros, tomando en cuenta la necesidad de una intensificación del cuidado a aquellos que se enfrentan el dolor espiritual y físico.
No olvidemos en nuestras oraciones y en nuestros actos de generosidad fraterna de Navidad y de Año Nuevo a nuestros hermanos que están en el extranjero.
En la noche que va del 31 de diciembre de 2023 al 1 de enero de 2024, así como en el día de Año Nuevo, elevemos neustras oraciones de gratitud a Dios por todas las bendiciones recibidas de Él en el año 2023 que termina, además de pedirle Su auxilio para todo lo bueno y provechoso que emprendamos en el Año Nuevo que está por empezar.
Con ocasión de las Santas Fiestas del Nacimiento del Señor, el Año Nuevo 2024 y el Bautismo del Señor, reciban nuestras bendiciones paternales, nuestros votos por la salud, la salvación, la paz y la felicidad de cada uno y cada una de ustedes, y un gran auxilio de Dios en cada acto de buena fe, junto con el saludo tradicional: “¡Por muchos años!”.
«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes» (II Corintios 13, 13).
Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,
† Daniel
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana
Notas:
[1] Mineiul pe Decembrie, [Menaion del mes de diciembre], Ed. Institutului Biblic și de Misiune Ortodoxă, Bucarest, 2019, p. 521.
[2] En la redacción de esta Carta Pastoral fueron utilizados distintos textos de las Pastorales de Navidad de los años 1993, 1998, 2012 y 2014. Ver: Daniel, Patriarhul României, Daruri de Crăciun. Înțelesuri ale sărbătorii Nașterii Domnului [Presentes de Navidad. El sentido de la fiesta del Nacimiento del Señor], Ed. BASILICA, Bucarest, 2019.
[3] San Máximo el Confesor, Ambigua 5, trad. din limba greacă veche, introd. și note de Pr. Prof. Dr. Dumitru Stăniloae, Ed. Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2006, p. 78.
[4] Monje Juan, „Stihira IV de la Litie, la sărbătoarea Nașterii după trup a Domnului Dumnezeu și Mântuitorului nostru Iisus Hristos”, en Mineiul pe Decembrie [Menaion del mes de diciembre],, Ed. Institutului Biblic și de Misiune Ortodoxă, Bucarest, 2019, pp. 513-514.
[5] San Gregorio de Nisa, Marele cuvânt Catehetic sau Despre învățământul religios [Gran catequesis o Sobre la enseñanza religiosa], XV, în vol. Scrieri. Partea a doua: Scrieri exegetice, dogmatico-polemice și morale, trad. și note de Pr. Prof. Dr. Teodor Bodogae, coll. Părinți și Scriitori Bisericești, vol. 30, Ed. Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 1998, p. 310.
[6] „Cântarea I din Canonul Înainteprăznuirii” [Canto I del Canon de las Vísperas de la Fiesta], în Mineiul pe Decembrie [Menaion del mes de diciembre], p. 446.
[7] „Cântarea a VI-a din Canonul Înainteprăznuirii” [Canto VI del Canon de las Vísperas de la Fiesta], în Mineiul pe Decembrie [Menaion del mes de diciembre], p. 451.
[8] San Máximo el Confesor, Ambigua, 5, p. 369.
[9] Odes de Salomon 7 [The Odes and Psalms of Solomon, R. Harris, A. Mingana (eds), II, 240-241], [Las Odas y los Salmos de Salomón] citat de Olivier Clément, Sources, p. 37, apud Daniel, Patriarhul Bisericii Ortodoxe Române, Comori ale Ortodoxiei, Ed. Trinitas, Iași, 2007, p. 281.
[10] „Stihira glasul 1, Ceasul al șaselea din Rânduiala Ceasurilor împărătești” [Himno voz I. Hora VI de las Horas Reales], în Mineiul pe Decembrie [Menaion del mes de diciembre], p. 494.