Palabras de espiritualidad

La naturaleza del canon de penitencia

  • Foto: Crina Zamfirescu

    Foto: Crina Zamfirescu

Nosotros, como sacerdotes, disponemos la realización dichos cánones, que son un vínculo entre la Iglesia y los fieles, buscando la salvación de todos, porque dice el Señor: “Nada que sea impuro entrará en el Reino de Dios”.

Cuando estás sucio, te lavas. Cuando hay pecados en tu alma, te confiesas, “limpiándote” interiormente. Y, después de confesarte, recibes un canon por parte de tu padre espiritual. Ese canon no es un castigo, sino un medio para enmendarte. Por ejemplo, a quienes han pecado mucho con su cuerpo, se les prescribe un cierto número de postraciones diarias. Esas postraciones son un símbolo de la contrición más profunda, porque llegas a tocar el suelo con tu frente. Es entonces cuando debes repetir esta breve oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. En verdad, las postraciones ayudan mucho a purificar nuestro cuerpo. Cuando pecamos con el cuerpo, con el mismo cuerpo debemos redimirnos.

Pero también hay pecados espirituales; por ejemplo, la ignorancia. Este pecado debe ser corregido. Así, el sacerdote le impone al fiel un canon para que se informe, para que conozca qué sucede con él y con cada uno de nosotros. Entonces, le preceptúa leer algunos capítulos de la Santa Escritura, del Nuevo Testamento, de la Filocalia o de cualquier otro libro espiritual, para que entienda cuánta responsabilidad tenemos en el cuidado de nuestra propia alma.

Por eso es que nosotros, como sacerdotes, disponemos la realización dichos cánones, que son un vínculo entre la Iglesia y los fieles, buscando la salvación de todos, porque dice el Señor: “Nada que sea impuro entrará en el Reino de Dios”. Los sacerdotes son parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia del Dios Vivo. Busquemos, pues, estos medios de purificación interior, confesándonos y preparándonos para comulgar, para que podamos reconciliarnos con Dios y recibir Su Gracia en nosotros. Sepamos guardar la Gracia de la Resurrección, porque, por causa de nuestros pecados, nosotros mismos nos desheredamos y Dios deja de reconocernos como hijos Suyos, porque ahora somos hijos del pecado, hijos del día, hijos del dolor. Por tal razón, acudimos a eso que Dios Mismo nos ordenó, para que podamos confiarle nuestra vida y nuestras almas, y compartir con todos Su bondad.

(Traducido de: Ne vorbește părintele Sofian, Editura Vânători, Mănăstirea Sihăstria, 2004, p. 92)