La naturaleza humana alcanzó su perfección en Cristo
La circunstancia de que, en Cristo-hombre, la Hipóstasis es Dios, no disminuye en nada la posibilidad de seguir Su ejemplo (cf. Juan 13, 15) para los hombres que “se le asemejan en todo” (Hebreos 2, 17).
En Cristo, la naturaleza humana creada es deificada hasta su última perfección, porque “en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Colosenses 2, 9). En Él, ambas naturalezas conviven en una unidad tan perfecta, que cualquier división queda excluida. Cristo es Uno, un solo Dios-hombre. Lo que en Él fue creado a imagen y semejanza de Dios, alcanzó en la eternidad de la vida divina una semejanza perfecta, de tal modo que, en Cristo Resucitado, después de Su Ascensión, no existe más ninguna “dualidad”, dualidad cuyos rasgos podemos ver en Su vida terrenal hasta el final de la misma. Ante todo, pensemos en la oración de Getsemaní: “Padre Mío, si es posible, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya”, y en el clamor en la Cruz: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 26, 39; 27, 46). [...]
Cristo es el fundamento inamovible, el criterio último de la enseñanza antropológica de la Iglesia. Lo que confesamos sobre la humanidad de Cristo es el indicio de la Providencia Divina y eterna, en lo que respecta al hombre en general. La circunstancia de que, en Cristo-hombre, la Hipóstasis es Dios, no disminuye en nada la posibilidad de seguir Su ejemplo (cf. Juan 13, 15) para los hombres que “se le asemejan en todo” (Hebreos 2, 17).
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experiența vieții veșnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, pp. 179-180)