La naturaleza y características de la calumnia
Solamente la Gracia y la protección del amor de Dios pueden ayudarnos a sobrellevar la injusticia de la calumnia. El fiel, entonces, tiene que seguir el ejemplo de nuestro Señor, Quien perdonó a quienes le hacían el mal: “¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen!” (Lucas 23, 34).
La calumnia es el peor espectro del odio y la maldad, el trauma más doloroso para quien lo soporta. La calumnia es el arma defensiva de la inferioridad. Debido a que no puede ocultar su propia banalidad y mezquinidad, el hombre intenta oscurecer a quienes ve más arriba que él, creyendo que con esto se beneficia en algo.
Debido a que se trata de una artimaña falsa y vil, constituye un trauma para quien la sufre. Con razón, el profeta David, dirigiéndose a Dios, dice: “Líbrame de la opresión del hombre, para que pueda observar Tus ordenanzas” (Salmos 118, 134). El demonio conoce el tormento y el dolor que esta pasión nos puede provocar, y por eso la utiliza en contra de quienes lo combaten con denuedo. ¿Para qué? Para doblegar su paciencia. Incluso se atrevió a utilizarla en contra de nuestro Señor, valiéndose de los fariseos.
En lo que respecta a su maldad y vileza, la calumnia ocupa el primer lugar en el catálogo del mal. Pero también ocupa el primer lugar en el catálogo de la dignidad y la vida de provecho espiritual. Porque los beneficios que nos ofrece superan en mucho la recompensa por el virtuoso amor al esfuerzo.
Solamente la Gracia y la protección del amor de Dios pueden ayudarnos a sobrellevar la injusticia de la calumnia. El fiel, entonces, tiene que seguir el ejemplo de nuestro Señor, Quien perdonó a quienes le hacían el mal: “¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen!” (Lucas 23, 34). Todos aquellos que han sabido llevar esta cruz tan pesada, se han hecho dignos de una “felicidad” equivalente: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa Mía” (Mateo 5, 11).
En nuestra calidad de portadores y discípulos del amor, aceptemos y soportemos este flagelo del demonio, guiados por el ejemplo del Señor. Y entenderemos que: “nuestra recompensa será grande en los cielos” (Mateo 5, 12).
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, Iași, 2012, p. 43-44)