Ver la realidad sin símbolos
Cuando los ojos del corazón se quedan ciegos, nos entregamos completamente a la percepción de los sentidos, como los animales, y dejamos que esto sea lo que nos conduce. Es entonces cuando se vuelven realidad las palabras: “un ciego guía a otro ciego” (Mateo 15, 14).
La capacidad de ver la realidad sin símbolos —que era una de las cualidades que Adán perdió, y que los Apóstoles recibieron de vuelta—, el Señor nos la otorga también a nosotros, los cristianos. Cierto es que todos podríamos gozar de ese prodigioso atributo de nuestro protopadre Adán y de los Apóstoles, la intuición y la precisa percepción de la verdad, si, después de bautizados, fuéramos capaces de conservar la pureza más completa.
Sin embargo, cualquier pecado nos hace bajar la mirada llenos de vergüenza, llevándonos a ver, en vez del cielo, la tierra, y en vez de nuestro Creador, el abismo. Pecando, corremos y nos escondemos de Dios, como Adán, quien, luego de haber pecado, “se escondió entre los árboles del Paraíso” (Génesis 3, 8). Nos escondemos, nos ocultamos y allí seguimos pecando, hasta que lo que nos rodea, que habla por nosotros y nos delata, se convierte en el sustituto de Dios, es decir, hasta que empezamos a dejar de ver la realidad, la verdad, sin notar el cambio de sus verdades simbólicas.
En otras palabras, cuando los ojos del corazón se quedan ciegos, nos entregamos completamente a la percepción de los sentidos, como los animales, y dejamos que esto sea lo que nos conduce. Es entonces cuando se vuelven realidad las palabras: “un ciego guía a otro ciego” (Mateo 15, 14)
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Simboluri şi semne, Editura Sophia, Bucureşti, 2009, pp. 18-19)