La obediencia nos hace dignos de la salvación
Practiquemos la obediencia en el Señor ante nuestro superior, cumpliendo celosamente con sus recomendaciones.
Hermanos, es necesario que quienes son discípulos, no sean desobedientes o murmuren en contra de sus superiores, sino que nuestren ante Dios y sus semejantes la más grande humildad. Y si ocurre que nuestro mentor sea pronto para predicar las virtudes, pero ocioso para ponerlas en práctica, no debemos permitir que el demonio se aproveche de esto para atacar nuestra alma; al contrario, debemos acordarnos de Aquel que dijo: ‟Los maestros de la ley y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés. Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen” (Mateo 23, 2-3).
También el Apóstol Pedro nos exhorta: ‟Someteos con todo respeto no sólo a los buenos y amables, sino también a los de carácter duro, pues es algo hermoso soportar por amor a Dios las vejaciones injustas. ¿Qué mérito tenéis en soportar los castigos que merecen vuestras culpas?. Pero soportar pacientemente los sufrimientos habiendo obrado bien eso agrada a Dios. Más aún, ésta es vuestra vocación, pues también Cristo sufrió por vosotros, y os dejó ejemplo para que sigáis Sus pasos. Él, en quien no hubo pecado y en cuyos labios no se encontró engaño; Él, quien, siendo ultrajado no respondía con ultrajes, siendo maltratado no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia” (I Pedro 2, 18-23).
Además, tomemos como ejemplo la humildad del profeta Samuel, quien no se enalteció con su corazón ante Eli, el sacerdote (cf. I Samuel 3, 1-21).
Luego, hagámonos dignos de nuestra salvación, amados hijos, preparados siempre para obedecer lo que escuchemos, especialmente por parte de nuestro guía espiritual. Porque, tal como el agua extingue el fuego, así también la humildad y la contrición extinguen la ira y disipan la irascibilidad. Sigamos el ejemplo de aquel capitán de cincuenta soldados, quien logró mitigar la ira de Dios humillándose ante el profeta Elías (IV Reyes 9, 15). Así pues, amados hijos, practiquemos la obediencia en el Señor ante nuestro superior, cumpliendo celosamente con sus recomendaciones hasta el final. No eludamos sus consejos y exhortaciones, y así lograremos que permanezca con nosotros Aquel que dijo: “Donde hay dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20). Amados, si nuestros superiores se volvieran muy severos con nosotros —lo cual espero que no suceda—, sigamos sirviéndoles como al Señor mismo y no como a nuestros semejantes, sabiendo que es del Señor que recibiremos nuestra recompensa.
(Traducido de. Everghetinosul, vol. 1-2, traducere de Ștefan Voronca, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 191)