Palabras de espiritualidad

La obediencia que nos conduce a Dios

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El alma humana, debido a su sumisión y obediencia a Dios y Sus santos, llega completa al puerto de la salvación, que es la vida eterna.

Tenemos que cortar para siempre los dañinos retoños de nuestras malas inclinaciones y pasar a injertar en las ramas de nuestro hombre interior la voluntad de Dios, por la cual corre la savia del Espíritu Santo, y que nos da los frutos del Espíritu: el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la generosidad, la lealtad, la mansedumbre y la templanza. Solo así mantendremos nuestra “vasija” en santidad y se disipará la pasión de los apetitos. Y si se trata de cerrarles la boca a los insensatos, es mejor valernos de dichas virtudes.

Y si, como dice la Escritura, “la indocilidad es semejante al pecado de la brujería y la desobediencia”, igual a la idolatría, la sumisión a la voluntad divina constituye una relación directa con el Espíritu Santo y no con el espíritu del maligno. Dicha obediencia representa la adoración en espíritu y en verdad al Padre Celestial, no al padre de la mentira, quien mora en los ídolos. Y, tal como el agua, debido a las dos natruralezas por las cuales corre, no se pierde, no se desperdicia, sino que llega a la inmensidad del mar, así también el alma humana, debido a su sumisión y obediencia a Dios y Sus santos, llega completa al puerto de la salvación, que es la vida eterna.

(Traducido de: Arhimandritul Paulin Lecca, Adevăr și Pace. Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, p. 109)