Palabras de espiritualidad

La obediencia, una virtud perdida en el mundo actual

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

El ideal del mundo contemporáneo no es el amor sacrificial, ni la auto-realización centrada en el servicio al prójimo. Al contrario, el hombre se ha convertido en la medida de todas las cosas; el individuo cuyo propósito de vida es tener una carrera, priorizando siempre su realización financiera.

Es muy importante mencionar que uno de los fundamentos del mundo moderno es la “obediencia”. El ideal del mundo contemporáneo no es el amor sacrificial, ni la auto-realización centrada en el servicio al prójimo. Al contrario, el hombre se ha convertido en la medida de todas las cosas; el individuo cuyo propósito de vida es tener una carrera, priorizando siempre su realización financiera. Este ideal da lugar a la caricaturización de todas las virtudes cristianas. Actualmente hay expresiones puramente diabólicas, verdaderas máscaras de las virtudes cristianas.

En lo que respecta a la obediencia, la desnaturalización de esta virtud se hace de dos maneras: sea desde el punto de vista del humanismo abstracto, desde la pedagogía liberal, la cual, en general, niega la necesidad de cualquier comportamiento severo, o desde las posiciones de la violencia.

La primera mueca diabólica, imitando la obediencia, es completamente opuesta a la insolencia. No es casualidad que al comienzo del libro del Génesis encontremos dos ejemplos únicos, relacionados con esto: la respuesta de Adán a Dios y el comportamiento de Cam con Noé. No es casualidad, también, que muy a menudo la desobediencia sea relacionada con la traición; de esto, el caso más conocido es el de Judas.

La segunda máscara de la obediencia es el ultraje. Tristemente, el siglo XX está lleno de ejemplos de este tipo. En el campo de concentración nazi de Sachsenhausen, situado no muy lejos de Berlin, sucedía algo completamente aterrador: la administración del campo de concentración enumeraba las virtudes que podían permitirle a cada recluso ser liberado antes del término límite de detención. La primera de estas era escrita con legras muy grandes: OBEDIENCIA. Una “obediencia” que, sin embargo, se basaba en el desprecio a la persona humana. Una sumisión en nombre del movimiento de la mentira del demonio en el hombre.

En el Evangalio, en ninguna parte se nos describe con mayor claridad la desobediencia y su sanación por medio del amor, como en la Parábola del hijo pródigo. El mismo Rembrandt supo expresar con mucha exactitud, en una pintura hecha en el ocaso de su vida, el sentido de esta parábola. El hijo pródigo comió totalmente de todos los frutos de la indiferencia, la insolencia y la desobediencia a su padre; malgastó toda su herencia, no guardó nada para sí, hizo pedazos su calzado, sus otrora caras vestimentas se convirtieron en harapos y en su alma solo quedó lugar para la desesperanza. En pocas palabras, su vida era un desorden total. Sin embargo, debido a que de niño experimentó el sincero amor de su padre, en su corazón renació la oración y también un fuerte sentimiento de remordimiento. Por eso es que vuelve a Dios y a su padre. Y el padre recibe a su hijo con los brazos abiertos, lo cual es un símbolo del amor; después, el hijo recuesta su cabeza sobre el pecho de su padre, lo cual es el símbolo del amor responsable, una garantía de la obediencia que no pide retribuciones, algo que sí importa para el hijo mayor. ¡Acordémonos de esas manos, de esos brazos paternos, símbolo del amor, y del hijo pródigo, para volver a la obediencia!

(Traducido de: Cum să ne purtăm cu fiica adolescentă – Sfaturi pentru părinţi, traducere din limba rusă de Gheorghiţă Ciocioi, Editura de Suflet, Bucureşti, pp. 122-124)