La oración auténtica a Dios
Usualmente, este modo de dirigirnos a Dios es el principio de la oración-conversación.
La oración auténtica, que nos une con Aquel que está en los Cielos, no es sino luz y fuerza que desciende sobre nosotros desde lo alto. Por esencia, ella trasciende nuestro plano humano. En este mundo no hay para ella fuente de energía. Si me alimento bien para que mi cuerpo se fortalezca, mi carne empezará a rebelarse, sus exigencias se harán cada vez más grandes y ya no querrá orar. Si humillo mi cuerpo con un ayuno severo, después de algún tiempo, gracias a esa dolorosa abstinencia, se creará un terreno propicio para orar, pero mi cuerpo estará muy débil y rehusará seguir al espíritu. Si me hallo inserto en una sociedad de personas de buena condición, algunas veces experimentaré sentimientos de alegría espiritual, otras veces compartiré una nueva experiencia psíquica o intelectual, pero muy raras veces ocurrirá que reciba un impulso a la oración profunda. Si tengo talento para un trabajo intelectual serio o para la creación artística, mis éxitos podrían ser causa de vanagloria, haciendo imposible que encuentre lo profundo de mi corazón, el lugar de la oración espiritual. Si tengo una buena situación material y me interesa la adquisición de poder por medio de las riquezas, o si intento traducir en la realidad alguna parte de mis ideas, con tal de satisfacer mis gustos espirituales o estéticos, mi alma no se dirigirá a Dios, de la forma en que nosotros hemos conocido a Cristo. Si parto a la soledad, renunciando a todas mis propiedades, podría suceder que la resistencia de todas las energías cósmicas paralice mi oración, etc.
La verdadera oración es el vínculo con el Espíritu Divino que ora entre nosotros. Él alza nuestra alma al estado de contemplación de la eternidad. A semejanza de la Gracia que desciende de lo Alto, la oración sobrepasa nuestra naturaleza terrenal. A la oración se opone nuestro perecedero cuerpo, incapaz de elevarse a la esfera del espíritu. Se le opone, también, el intelecto, que es incapaz de abarcar lo inabarcable, que se siente sacudido por la incertidumbre y rechaza todo lo que está más allá de sus capacidades de comprensión. A la oración también se le opone el medio social en que vivimos, y que dispone la vida por otros medios, diametralmente opuestos a la oración. Los espíritus malignos no pueden sufrir la oración. Pero solamente la oración puede regenerar a la criatura en su estado de pecado, vencer la inercia y el atrofiamiento, e inducir a nuestro espíritu a seguir los mandamientos de Cristo. La oración es algo extraordinariamente difícil. Los estados de nuestro espíritu se encuentran en constante agitación y transformación; algunas veces, la oración brota de nosotros como un río caudaloso, otras veces pareciera haberse secado. Orar se parece, muchas veces, a clamarle a Dios sobre nuestro desastroso estado: la debilidad, la tristeza, la duda, el temor, la pesadumbre, la desesperanza... en una palabra, en hablarle de todo lo que concierne a nuestra existencia. Expresémonos, pues, sin rebuscar palabras o intentar una sucesión lógica de ideas. Usualmente, este modo de dirigirnos a Dios es el principio de la oración-conversación.
(Traducido de: Arhimandrit Sofronie Saharov, Despre rugăciune, Mănăstirea Piatra-Scrisă, pp. 7-8)