La oración: charla y reconciliación con Dios
La oración es conversación y unión del hombre con Dios, es también la fuerza del mundo, reconciliación con Él, madre de las lágrimas, disipación de los pecados.
La oración puede sacar del infierno las almas y resucitar cuerpos, arrancar montañas y árboles, para sembrarlos nuevamente sobre el agua, como se ha visto hacer a algunos. En pocas palabras, todo lo que quiera hacer el creyente, señales y milagros, que lo haga sólo con devoción y fe, sin tener dudas en su corazón, y así conseguirá que el Soberano le escuche, así como dice el Santo Evangelio.
El gran Basilio elogia la oración silenciosa, diciendo: “La oración es conversación y unión del hombre con Dios, es también la fuerza del mundo, reconciliación con Él, madre de las lágrimas, disipación de los pecados, escudo ante las tentaciones, desvanecimiento de la guerra, trabajo angelical, fuente de buenas obras, mediadora por los dones, luz de la mente, ayuda invisible, liberación de la ignorancia, muestra de esperanza, escape de la tristeza, cesación de la ira, espejo del perfeccionamiento”.
Y, finalmente, la oración es para el que ora en verdad, juicio y trono de Cristo, antes del Juicio Futuro. Es decir, la oración es, para quien la practica, un juicio antes del estremecedor Juicio que tendrá lugar en la Segunda Venida de Cristo, porque el pecador se condena a sí mismo, para recibir justicia. Afortunado es el que llora con amargura aquí, orando ante Dios, porque no será juzgado en el momento de aquel terrible Juicio. Por eso, amado hijo, comenzando con la oración, abandona toda preocupación y todo sentimiento carnal, aléjate de la tierra y el mar, dirígete a lo etéreo y a las estrellas del cielo, observa las legiones de los Poderes incorpóreos, los Querubines que tienen muchos ojos y los Serafines con sus seis alas, y eleva tu mente más allá de toda creación. Entonces, sobrepasando todo eso con tu mente, comprende la naturaleza indescriptible de Dios, fundamental, inmutable, primordial, en tres hipóstasis, indivisible, luz eterna, poder indecible, belleza infinita, unida al alma humilde, incapaz de ser expresada con palabras. Allí, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: un Dios en los tres. Tres santos en un trono, compartiendo la misma Naturaleza, eternos. Una Divinidad, un poder y una santidad, llenándolos a los tres, cubriéndolos y santificándolos. Una Divinidad y un Poder. Un Rey de reyes y Señor de señores.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, pp. 359-360)