Palabras de espiritualidad

La oración como atuendo del alma

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Cuando la contemplación de la Luz No-creada es unida a la invocación del Nombre de Cristo, la importancia de este nombre como “Reino de Dios viniendo con poder” (Marcos 9, 1) se torna lo más clara posible y el espíritu del hombre escucha la voz del Padre: “Este es Mi Hijo muy amado”.

Cuando la contemplación de la Luz No-creada es unida a la invocación del Nombre de Cristo, la importancia de este nombre como “Reino de Dios viniendo con poder” (Marcos 9, 1) se torna lo más clara posible y el espíritu del hombre escucha la voz del Padre: “Este es Mi Hijo muy amado” (Marcos 9, 7). Cristo nos ha revelado en Él Mismo al Padre: “Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9). Ahora conocemos al Padre en la misma medida en que conocemos al Hijo: “Yo y Mi Padre somos uno” (Juan 10, 30). También el Padre da testimonio de Su Hijo. Por eso es que oramos: “Hijo de Dios, sálvanos a nosotros y a Tu mundo”.

Alcanzar la oración (pura) es alcanzar la eternidad. Cuando el cuerpo está por morir, el llamado: “¡Señor Jesucristo!” se convierte en el atuendo del alma; cuando el cerebro deja de funcionar y nos resulta difícil acordarnos de otras oraciones, en la luz del conocimiento divino que procede de este Nombre, nuestro espíritu se alzará a la vida perpetua.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experienţa vieţii veşnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 142)