Palabras de espiritualidad

La “Oración de Jesús”, un don de Dios

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

En aquel momento sentí como si una gran fuerza entrara en mi corazón. Desde entonces, mi mente desciende al corazón y oro siempre con una indescriptible alegría y fervor”.

Algunas veces, el anciano Jorge Lazăr se retiraba al Monasterio Sihăstria, cuyo hegúmeno, el protosinghelos Joanicio Moroi, era su primer discípulo. De noche oraba en la iglesia del monasterio, y de día oraba y leía el Salterio en algún lugar secreto del Monte de los Carbones.

Cierta vez, junto con varios monjes del monasterio recorrió el abrupto camino que lleva a la Ermita Sihla. El anciano era el primero en la columna, repitiendo silenciosamente la “Oración de Jesús”. En un momento dado, se tropezó y estuvo a punto de caerse. Volviéndose a quienes le acompañaban, les dijo:

¿Han visto lo que me acaba de ocurrir? Apenas dejé un poco la oración, e inmediatamente me abandonó el don de Dios. Una vez mi mente descendió de las alturas, me tropecé y a un paso estuve de caerme, porque la mente debe mantenerse todo el tiempo elevada al Señor.

Este prodigioso anciano había recibido el don de la santísima “Oración de Jesús”, que practicaba en silencio, con la mente y el corazón. Pero todo esto no se lo contaba a nadie. Solamente a su hija mayor, Ana, a quien le había enseñado la “Oracion de Jesús” muchísimos años antes, cuando el viejo Jorge aún vivía con su familia. Años después, la misma Ana habría de contar: “Desde el principio intenté repetir la Oración de Jesús, tal como me lo había enseñado mi padre, pero me costaba mucho concentrarme en ella. Usualmente, mi mente terminaba dispersándose, aunque yo tratara de orar todo el día. Sentía como si el foco de mi atención tuviera que estar enfrente, no en el corazón. Todo esto me entristecía mucho y le pedía a Dios que me diera el don de esta oración. Una vez, pasando frente a una cruz de madera en un encuentro de caminos, hice una inclinación ante ella con gran devoción. En aquel momento sentí como si una gran fuerza entrara en mi corazón. Desde entonces, mi mente desciende al corazón y oro siempre con una indescriptible alegría y fervor”.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 501)