La oración de los padres, especialmente la de la madre, porque se hace desde el corazón y con dolor, es escuchada inmediatamente.

Recuerdo que, estando en la Ermita de Iviron, vino a verme un muchacho. Había abandonado la casa paterna y deambulaba por Halkidiki. Allí se unió a un grupo de fieles que venían al Santo Monte (Athos). Era ateo, insolente y revoltoso. Tenía una inteligencia diabólica y no creía en nada. Maldecía a todo el mundo, pequeños y grandes. Entonces, le hablé con tranquilidad, conduciéndolo, despacito, hacia el camino correcto. Hasta le corté el pelo, porque lo tenía largo. “Escucha”, le dije, “tienes una mamá bendita. Sus oraciones te trajeron aquí”. “Sí, Padre”, me respondió él, “vagaba por Halkidiki y ni siquiera me dí cuenta cómo llegué hasta aquí”.

“Como tu mamá se entere que has venido hasta el Santo Monte y te vea ahora, tan cambiado, se va a alegrar mucho”. “¿Cómo lo sabe, Padre? Ciertamente, mi mamá se va a alegrar muchísimo cuando me vea en mi estado actual”. Y es que Dios lo estuvo empujando de aquí para allá, hasta llegar al “maestro”. ¡Cuántas oraciones debió elevar la pobre mamá de aquel muchacho!

(Traducido de. Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, volumul 4: Viața de familie, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 113-114)