Palabras de espiritualidad

La oración de un virtuoso asceta para obtener la paciencia

    • Foto. Silviu Cluci

      Foto. Silviu Cluci

“Ven aquí, a donde sufrimos nosotros, los hombres; reconcíliate con nosotros, transforma la faz del mundo, sosiega nuestros corazones y une en un solo pensamiento nuestras almas. ¡Señor, concédenos la paciencia!”.

Cuando me estaba documentando en la Ortodoxia, conocí un anciano muy afable y luminoso, quien, a su vez, se sentía fascinado por la Ortodoxia rumana, a pesar de que él era parte de una confesión no-calcedoniana. “Nuestro tesoro”, decía él, “es representado por los manasterios que han sabido mantener encendido el cirio de la fe correcta”.

Los grandes manasterios fueron las guías, los hitos para los fieles en tiempos del régimen ateo; fueron, también, centros de cultura y educación, cuando en las escuelas se nos inculcaba que provenimos de los primates africanos. Asimismo, los monasterios han sido, desde siempre, puntos de espiritualización para los sacerdotes casados. En pocas palabras, los monasterios han sido todo para nuesra Ortodoxia. ¿Por qué? Porque en su seno han ardido los cirios de los grandes padres espirituales y ascetas de nuestra nación. ¿Cómo conocer la Ortodoxia rumana, sin nuestros virtuosos padres, como Cleopa Ilie, Paisos de Sihla, Joanicio Balán, Arsenio Papacioc o Arsenio Boca? ¿Falta algún nombre, al menos en lo que respecta a esta región moldova? Sí, al menos uno: el del padre Jacinto Unciuleac.

No podemos regocijarnos de todo lo que representa el Monasterio Putna, sin recordar a aquel que hizo que este “arcón de dote” de nuestro pueblo sobreviviera durante los difíciles años del comunismo. Precisamente por eso al padre se le conoce como Jacinto de Putna, y no Jacinto del Monasterio Putna.

Del padre Jacinto se recuerdan muchas cosas, más allá de su aspecto de hombre afable y paciente. Estudiando todo lo que fue su vida, me detuve en una breve oración. Muchas veces, los sacerdotes y teólogos contemporáneos son algo reticentes a componer nuevas oraciones, aparte de las que aparecen en los libros de culto que desde hace siglos forman parte del haber de nuestra Iglesia. Ciertamente, para eso es que tenemos las conocidas “Comisiones Litúrgicas”, constituidas con tal propósito.

Del padre Jacinto nos ha quedado, con todo, una pequeña oración, una expresión de su alma tan generosa. Una oración que es de mucha utilidad para nosotros, los cristianos de la era de la velocidad, porque nos habla de algo que perdemos día sí y día también: ¡la paciencia!

«¡Ven nuevamente a nosotros, Jesús! Enséñanos cómo salvarnos, enséñanos a ser pacientes. Acostúmbranos a cargar con la cruz de la vida. Enséñanos a crucificarnos. Ven y sufre Tú por nosotros, crucifícate Tú en lugar nuestro, gusta Tú antes del cáliz de la muerte, múestranos el nuevo camino a la salvación por medio del dolor. ¡Ven en medio del mar, al corazón del hombre, al seno de la familia! Allí donde se mezcla la luz con la oscuridad, la vida con la muerte, la alegría con el lamento, el pan con la arcilla, la justicia con la mentira, la miel con la ponzoña, el amor con el odio, el vino con el vinagre, el tiempo con la enternidad. Ven aquí, a donde sufrimos nosotros, los hombres; reconcíliate con nosotros, transforma la faz del mundo, sosiega nuestros corazones y une en un solo pensamiento nuestras almas. ¡Señor, concédenos la paciencia!».