Palabras de espiritualidad

La oración ferviente nos ayuda a que Dios venga (nuevamente) a nosotros

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Cuando Dios se aparta, queda un vacío en mi interior y no estoy seguro si Él volverá. Se fue... y me he quedado vacío y muerto.

¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios Vivo, te pedimos y te imploramos, no nos apartes de Tu presencia y no te enojes por nuestras ofensas. Muéstratenos, oh Luz del mundo, para revelarnos el misterio de los caminos de Tu salvación, para hacernos hijos e hijas de Tu luz!”.

Mantén tu mente siempre en Dios, y vendrá el momento en el que sentirás el toque del Espíritu Eterno en tu corazón. Esta maravillosa cercanía del Dios Santísimo eleva la mente a las esferas no-creadas y traspasa el corazón con una nueva visión de todo lo que existe. El amor brota como una luz sobre la creación entera. Y en su corazón físico, el hombre siente este amor que, por su propia naturaleza, es espiritual, metafísico.

Para que podamos “conocer lo que se nos otorgó por medio de la Gracia” (I Corintios 2, 12) desde lo Alto, Dios se aparta por un momento, después de visitarnos. Ese “abandono” es un sentimiento extraño. Cuando joven, yo fui pintor, y ese talento natural nunca me abandonó. Puede que me haya aburrido de pintar, puede que me falte la inspiración, pero sé que el don sigue allí, como una parte intrínseca de mi persona. Con Dios las cosas son distintas. Cuando Dios se aparta, queda un vacío en mi interior y no estoy seguro si Él volverá. Se fue... y me he quedado vacío y muerto. Cuando vino a mí, tenía en mi interior algo que superaba cualquier figuración. Y, repentinamente, volví a mi antiguo estado, ese que me parecía normal y satisfactorio antes de que Él viniera. Ahora me asusta ese estado. Fui llevado al palacio del Gran Emperador, solamente para ser echado afuera. Cuando estuve ahí dentro, sabía que me hallaba en la casa de mi Padre, pero ahora que estoy fuera doy pena.

La alternancia en estos estados nos enseña a distinguir entre los dones naturales y los que vienen gratíficamente desde lo Alto. La oración provocó la primera “visita” de Dios. Y espero que esa misma oración, pero más ferviente, me ayude a que Él vuelva. Y, ciertamente, volverá. A menudo, o la mayoría de veces, Él cambia la forma en que viene; así, me enriquezco incesantemente en un conocimiento nuevo en el Espíritu. Algunas veces sufro, otras me alegro... pero siempre sigo creciendo. Aprendo cómo comportarme en cada uno de esos estados.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Rugăciunea – experiența Vieții Veșnice, Editura Deisis, p. 95- 96)