Palabras de espiritualidad

La oración perfecta comprende al mundo entero

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Dios nos ha dado la posibilidad de convertirnos en santos y hacer milagros, como lo hiciera Él. Cuando nos asentamos y empezamos a sentirnos culpables del estado de todo el mundo, decimos, “¡Señor Jesucristo, ten piedad de nosotros!”, todo el mundo se beneficia de ello.

Padre, aunque sé en qué estado me encuentro, oro mucho más por los demás. ¿No sería mejor que orara más por mí, que por los demás?

—¿Haces esto por humildad? Si es así, dile a Dios, “Dios mío, siendo así como soy, no es necesario que me escuches. ¿Pero no es acaso injusto que otros sufran por culpa mía? Porque, si tuviera un buen estado espiritual y el atrevimiento de pedirte algo, me escucharías y los ayudarías. Por eso, yo soy culpable por su sufrimiento. Entonces, ¿por qué los otros deben sufrir por culpa mía? ¡Por favor, ayúdalos!”. En otras palabras, depende de cómo sientas a los otros. Te sientes sucio, indigno, pero viendo cómo hay uno que sufre, te compadeces, te duele y oras. Así, por ejemplo, al ver un ciego en la calle, puedo llegar a sentirme culpable, porque si yo tuviera un estado espiritual correcto, oraría por él y sanaría. Dios nos ha dado la posibilidad de convertirnos en santos y hacer milagros, como lo hiciera Él.

Reconozcamos nuestra propia enfermedad espiritual, grande o pequeña, pidiendo con humildad salud física para nuestro semejante, porque también nosotros somos culpables de su enfermedad. Porque, si fuéramos sanos espiritualmente, el otro dejaría de sufrir y ya hubiera sanado. Cuando nos asentamos y empezamos a sentirnos culpables del estado del mundo, decimos, “¡Señor Jesucristo, ten piedad de nosotros!”, y todo el mundo se beneficia de ello. Por supuesto que también por su propio estado cada persona debe experimentar el dolor y pedir la misericordia de Dios. Pero también, si llega al estado mencionado más arriba, entonces dejará de pedir para sí misma.

He observado cómo, muchas veces, entendemos erróneamente la oración “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí!” y, ¡ay de mí! por humildad no decimos “ten piedad de nosotros”, dejando de orar por los demás. Esto explica por qué muchas veces los laicos nos ven de mala manera a los monjes, diciendo que somos egoístas y que procuramos únicamente nuestra propia salvación. “Ten piedad de mí” es para no caer en orgullo, porque la oración de uno que es humilde, que cree que es el peor de todos, tiene mucho más valor que la de otro, orgulloso. Y, cuando oramos con orgullo, lo que hacemos es burlarnos de nosotros mismos.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol.2: Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ediția a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 347-348)



 

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