La oración por nuestro semejante y la forma de entrar al mundo de Cristo
Cuando la mente y el cuerpo no pueden mantener el paso del espíritu, este no deja de seguir a Cristo, hasta la crucifixión.
En su realidad eterna, la Liturgia es la Pascua del Señor continuamente presente entre nosotros.
Antes de la venida de Cristo, la Pascua hebrea conmemoraba el acontecimiento histórico del paso por el Mar Rojo, momento en cl cual los hijos de Israel fueron librados de las huestes egipcias. Pero nuestra Pascua es Cristo, y Él nos ordenó recordarlo así: “Haced esto en memoria Mía” (Lucas 22, 19). Luego, Él, el verdadero Centro del universo (y no un determinado suceso histórico) es el corazón de nuestra atención. Este hecho transforma radicalmente el carácter de la celebración de la Pascua. La Eucaristía entera consta de una “memoria”, entendida no en el sentido ordinario de la palabra, sino como un entrar existencial al mundo de Cristo, a Sus dimensiones Divina y humana. Nuestra Pascua, y en consecuencia, nuestra Liturgia, son un paso de la tierra al Cielo, de la muerte en pecado, a la santa eternidad del Padre.
La auténtica participación en el acto litúrgico les enseña a los fieles la oración de Cristo en el Getsemaní. Este es el modelo: cuando la tristeza, el dolor y las tribulaciones nos desgarran, trasladamos nuestra herida al plano universal, y sufrimos no solamente por nosotros mismos, sino por la humanidad entera.
En la medida de nuestra experiencia personal, podemos vivir la trágica suerte de cada uno, con su miedo y su desesperanza. Recordemos la multitud de fallecidos y a los que están agonizando. Es posible que en algún momento el sufrimiento supere las fuerzas de nuestra compasión. Pero, cuando la mente y el cuerpo no pueden mantener el paso del espíritu, este no deja de seguir a Cristo, hasta la crucifixión, hasta la tumba, hasta el infierno de Su amor por la humanidad.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experiența vieții veșnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 104)