La oración que une mente y corazón con Dios
Si el que ora permaneciera en ese mismo estado durante una o dos horas, con la mente descendida al corazón, es decir, habiendo unido su mente a su corazón, al despertarse, ¡bien podrían pasar una o dos semanas y en su corazón no cabría un solo pensamiento de este mundo!
Decía el padre Cleopa Ilie:
«Una vez la mente entra en el corazón, recibes una señal natural. Empieza como un punto de fuego y el corazón se va calentando desde su centro. Después, el calor lo abarca por completo, para después pasar a tu pecho, tus hombros, tu columna vertebral, tu cuerpo entero, y empiezas a sudar copiosamente, mientras tus ojos derraman cálidas lágrimas de contrición. ¡Es una oración de fuego!
Y es que ahora se han encontrado el Novio y Su prometida. Cristo y nuestra alma. Esta unión espiritual hace del hombre un solo espíritu con Dios. Esto es lo que dice el Apóstol: “Quien se une a una ramera se hace un solo cuerpo con ella... Pero el que se une al Señor es un solo espíritu con Él”. Esta unión, esta sujeción del corazón a Dios, por medio de Jesucristo, trae una gran dulzura espiritual y un gran calor».
Hablando de la “Oración del corazón”, decía también:
«Pero no es el cimiento de toda nuestra labor, ni la dulzura, ni el calor del corazón. La base de nuestra acción es la compunción del corazón, el dolor del corazón por los pecados cometidos y las lágrimas de arrepentimiento que derramamos cuando nuestra alma tiene tanta felicidad, tanto calor y tanta dulzura espiritual, que, después de despertarse de ese estado de unión con Cristo en el corazón, no es capaz de articular palabra alguna.
¡Qué feliz milagro, qué dulzura, qué alegría se ha sentido en el corazón! Y si el que ora permaneciera en ese mismo estado durante una o dos horas, con la mente descendida al corazón, es decir, habiendo unido su mente a su corazón, al despertarse, ¡bien podrían pasar una o dos semanas y en su corazón no cabría un solo pensamiento de este mundo! Porque, con esto, el cielo de su corazón habrá empezado a purificarse, de manera que lo etéreo de su corazón estará lleno de la obra del Espíritu Santo. Estamos hablando de un corazón feliz que se ha abrevado con lágrimas de arrepentimiento y con un gran amor, fruto de esa unión con Jesucristo. ¡Es un amor espiritual que la lengua no puede describir!».
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 754-755)