La paciencia y la humildad en el alma del hombre
Una vez abandonado el refugio de su alma, es decir, la paciencia, el hombre pierde su paz interior, su dulce serenidad y su equilibrio gratífico.
Una condición fundamental para alimentar nuestra vida espiritual es la paciencia. Esta es el refugio en el cual debe vivir el alma. En muchos pasajes de la Santa Escritura se nos muestra que Dios espera de nosotros que seamos pacientes, porque es con la paciencia que el hombre se foguea para la vida espiritual y consigue crecer en su interior, aun en medio de las tribulaciones de este mundo que “está en poder del maligno” (I Juan 5, 19). “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas” (Lucas 21, 19), nos dice el Señor, señalando el camino a Dios por medio de la paciencia. También el Santo Apóstol Pablo nos enseña: “Con paciencia corramos a la lucha que se nos presenta” (Hebreos 12, 1), a la senda que lleva a la eternidad.
Con suficiente frecuencia, todos utilizamos expresiones como “perder la paciencia” o “salirse de sus casillas”. ¿Qué significa esto? Significa que el hombre, enardecido o iracundo, abandona su bendito refugio espiritual, en el cual Dios dispuso que morara. Una vez abandonado el refugio de su alma, es decir, la paciencia, el hombre pierde su paz interior, su dulce serenidad y su equilibrio gratífico. Inesperadamente, se ve a sí mismo en medio de un torbellino de tentaciones, a un paso del abismo, empujado por su impaciencia. ¿Qué debe hacer, entonces? Volverse en sí mismo, regresar a su refugio, mismo que torpemente ha abandonado, para recuperar la paz perdida por medio de un estado de arrepentimiento con oración.
Si nos preguntamos cuándo es que el hombre abandona la morada de su alma, es decir, la paciencia, diremos: cuando no puede permanecer adentro. Cada morada es agradable cuando se mantiene aseada y ventilada, y cuando en ella el hombre encuentra con qué alimentarse. De lo contrario, si estas condiciones no se cumplen, aquel hogar se vuelve insufrible, incluso insoportable, y el hombre busca la forma de salir de él.
Lo mismo pasa con la vida espiritual. El hombre que vive en la paciencia recuerda incesantemente a Dios y respira el aire más puro para el alma, alimentándola también con el don de las virtudes y con el dulce sentimiento de la humildad. Pero, si no se acuerda de Dios, si no cuida la llama de la oración en su interior y si se debilita espiritualemente por no hacer nada bueno, sino que todo el tiempo comete malas acciones, ante cualquier circunstancia desagradable y ante cualquier tentación terminará encolerizándose, enfureciéndose, y abandonando la bendita morada de su alma.
Pensando en esto, el recordado stárets Ambrosio del Monasterio Óptina, decía: “El hogar del alma es la paciencia y su alimento es la humildad. Si no hay comida en la casa, quien viva ahí dentro saldrá afuera. Es decir que, si el hombre no tiene humildad, se saldrá afuera de la paciencia”.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului orotodox, Editura Predania, București, 2010, p. 29-30)