Palabras de espiritualidad

La pandemia es terrible, sí, pero también lo es la “infodemia”

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

El miércoles 25 de marzo de 2020, día de la festividad de la Anunciación, Su Eminencia Macario, Obispo rumano para Europa del Norte, celebró la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, unida con las Vísperas, en la capilla del centro episcopal de Estocolmo.

Con esta ocasión, el jerarca transmitió el siguiente mensaje para todos los fieles:

«En este día, el Arcángel Gabriel trajo a la Santísima Virgen María la buena nueva de la encarnación del Hijo de Dios. Este anuncio nos conforta y nos consuela en estos momentos en los que continuamente nos vemos inundados por toda clase de malas noticias, abrumándonos, oscureciendo nuestras mentes y desgarrándonos el corazón. ¡Sí, la pandemia es terrible, pero también lo es la “infodemia”! Esta “infodemia” provoca miedo, pánico, ansiedad, depresión... Nuestro Señor Jesucristo, Quien se encarnó por amor a nosotros y para ayudarnos, es el Único que nos puede librar de la tiranía del temor, del pánico, de la ansiedad y de la depresión, de la tiranía de la muerte y de la tiranía del dueño de este mundo.

Nosotros, en estos parajes tan lejanos, le damos gracias a nuestro Misericordioso Dios por haber podido celebrar la Anunciación, aún en las dramáticas condiciones que todos conocemos. Sin embargo, en Suecia, por ejemplo, logramos reunirnos con algunos fieles en la iglesia, al celebrar el Divino Sacrificio, compadeciéndonos con toda el alma y abrazando con nuestras oraciones a nuestros hermanos y hermanas en nuestro país y en otras regiones, en las que por algún tiempo no se podrán congregar en la iglesia para participar en la Divina Liturgia. Nos duele la actitud hostil de muchos en contra de la Iglesia, que en estos tiempos de cernido se ha visto convertida en una suerte de “chivo expiatorio”, ¡y creemos con firmeza que la Comunión del mismo Cáliz no podría transmitir ninguna enfermedad! ¡Esta es nuestra fe, y nuestra fe es nuestra propia vida!

No debemos responder al mal con el mal, sino que debemos orar por quienes nos odian y nos calumnian, por los que se hallan en la oscuridad, para que Dios los ilumine y los lleve a la luz del conocimiento de Su Verdad. Así pues, como he dicho en otras oportunidades, nosotros creemos que la Iglesia es el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo; luego, es un organismo vivo, que ha sobrevivido en el pasado a las persecuciones y tiempos de clandestinidad, a las guerras, las calamidades, las epidemias y la caída de imperios y civilizaciones. ¡Las puertas del infierno podrán golpear a la Iglesia, pero no podrán derribarla! Ya pueden caer sociedades y estados, que la Iglesia seguirá siempre viva. ¡Viva, por medio de nosotros, sus miembros! Por eso, permanezcamos en la Iglesia y en Cristo. Él está con nosotros, Él es nuestro brío, así que debemos seguir a su lado en la bendición o en la persecución, en el cobertizo o en el templo, en libertad o en el exilio.

Al celebrar la Divina Liturgia este día, también recordamos al hermano Juan, quien murió recientemente por causa del coronavirus. Gracias a nuestro Piadosísimo Dios, aún pudo comulgar estando en hospital junto con su esposa. Don Juan partió a la eternidad a la venerable edad de 87 años, en tanto que su esposa pudo recobrarse y volver a casa. En estos momentos de prueba, nos alentamos, pensando en los cristianos de la antigüedad que hicieron frente a las epidemias. La mayoría de ellos asumieron el martirio de cuidar a los enfermos. Ciertamente, los cristianos de la antigüedad permanecieron, en tiempos de epidemia, al lado de los que sufrían, alimentando a los abandonados, auxiliando a los enfermos y enterrando a los fallecidos. También nosotros, ahora, nos preparamos para enterrar al hermano Juan, quien fuera un feligrés ejemplar en nuestra comunidad eucarística, una persona llena de virtudes, alguien que siempre tenía una palabra de aliento para los demás, ayudando siempre a quienes podía. También nosotros estuvimos a su lado hasta el último momento. Es esencial el hecho de que aún pudo comulgar con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, poco antes de partir de esta vida. Ahora nos queda confortar a doña Elena, alegrándonos porque pudo sobrevivir, por haberse recuperado satisfactoriamente y haber vuelto a su hogar. También animamos a todos los que en estos momentos sufren física y espiritualmente, estén donde estén, especialmente a los que padecen por causa de esta epidemia. Nos duele el corazón por los que han muerto en aislamiento, lejos de sus seres queridos, pero le seguiremos pidiendo a Dios que no deje de enviar Su consuelo y Su piedad para aquellos que hoy sufren con el alma y con el cuerpo. La supervivencia biológica, para nosotros, los cristianos, no puede representar un valor en sí misma. El propósito de nuestra vida es la salvación del alma, y la vida verdadera que debemos vivir es la que tiene un propósito, con dignidad, con entrega... ¡la vida en Cristo!».

 

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