Palabras de espiritualidad

La Parábola de los talentos como motivo para entender de dónde provienen los dones que hemos recibido

    • Foto: Silviu Cluci

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La Iglesia le propone al hombre que entienda que cualquier don que tiene, de Dios lo ha recibido, para cultivarlo por su propio bien, pero especialmente para el bien de los demás.

El Gran Martes Santo es la ocasión que encuentra la Iglesia para recordarnos la Parábola de los talentos. Un noble parte de viaje a un lugar lejano, pero, antes de irse, reparte entre sus siervos algo de su hacienda A uno le da cinco talentos, a otro dos, y al último le da sólo un talento. Al regresar, los siervos vienen a rendirle cuentas. El que recibió cinco talentos le devuelve diez, el que recibió dos le da cuatro, en tanto que el que recibió uno, uno le regresa, porque cree que su patrón es severo y quiere cosechar en donde no sembró. Entonces, el noble ordena que le quiten ese talento y se lo den al que tiene diez, y que después lo castiguen, privándole de la comunión con los demás.

En el icos del Sinaxario del día de hoy encontramos una frase interesante, dirigida a cada uno de nosotros: “El talento que se te dio a ti con amor al esfuerzo, trabájalo”. El carisma — este es el talento que recibió cada uno de nosotros— debemos trabajarlo con amor al esfuerzo, con cuidado y devoción, para multiplicarlo. Los carismas son dones preciosos de Dios, otorgados a cada hombre. Puede que alguno tenga más y otro menos, pero a todos se les otorgan. La pregunta es cuánto los multiplicamos.

Usualmente, los hombres se envanecen por sus cualidades. Es cierto que muchos se esfuerzan con denuedo para lograr algo en su vida, no solamente en el ámbito profesional. La buena reputación, el renombre y el respeto de la sociedad ante determinadas personas, debido a su comporamiento moral y perseverancia en ser mejores, constituyen los principales estímulos para luchar en la vida. Con todo, junto con esas cualidades se inmiscuye en el esfuerzo determinada disposición al egoísmo, que hace del carisma no una causa de oblación y sacrificio por el prójimo, sino motivo de orgullo y egoísmo.

Aquel que tiene éxito en la vida suele considerarse portador de la perfección. Así, el carisma no se convierte en motivo de liberación y de sacrificio por su prójimo, sino de satisfacción del interés propio y de vanagloria. Por otra parte, existe ese sentimiento de posesión, de que el carisma nos pertenece y que podemos disponer de él tal como nos apetezca. Por eso, cuando alguien cuestiona nuestros carismas, nos sentimos profundamente ofendidos.

La Iglesia le propone al hombre que entienda que cualquier don que tiene, de Dios lo ha recibido, para cultivarlo por su propio bien, pero especialmente para el bien de los demás.

Fuente: marturieathonita.ro/pilda-talantilor

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