La paz del mundo, un don de Dios
¿Por qué no hay paz en el mundo? ¿Por qué el mundo, como si no la tuviera, la busca y la anhela? ¿Por qué el mundo suspira tanto por la paz?
Al mundo vino, entonces, el Señor de la Paz, nos trajo una paz eterna y permanentemente se halla entre nosotros. Entonces ¿por qué no hay paz en el mundo? ¿Por qué el mundo, como si no la tuviera, la busca y la anhela? ¿Por qué el mundo suspira tanto por la paz?
En primer lugar, tenemos que explicarnos cómo entiende el mundo la paz.
En el mundo pagano de antes de Cristo —específicamente, entre los romanos—, había un dicho sobre la paz: “Si quieres paz, prepárate para la guerra” (Si vis pacem, para bellum). Estas palabras siguen teniendo vigencia en nuestros días, cuando los pueblos utilizan como pretexto para armarse y organizar guerras, la necesidad de “intimidar al adversario” o “defender la paz”.
Si en el mundo anterior a Cristo dichos argumentos podían tener como justificación derrotar el imperio de la ignorancia y el pecado, después de la venida del Señor de la Paz a este mundo, esas justificaciones resultan anacrónicas, absurdas. ¿Cómo se puede generar paz fabricando pertrechos de guerra? ¿Acaso alguien puede sanar de su enfermedad, utilizando el veneno que es justamente la causa de sus padecimientos?
Algunos esperan que la paz provenga de determinado sistema político, o de algún funcionario con ideas geniales. Luego, es normal preguntarse: “¿Quién es capaz de traer la paz al mundo? ¿Qué idea política puede, en verdad, instaurar la paz en el mundo?”.
El Santo Evangelio nos dice que quienes crean en Cristo tendrán el poder de hacerse hijos de Dios (Juan 1,12), y, en otra parte: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5, 9). Entonces, el asunto es suficientemente claro: “los que trabajan por la paz” son los hijos de Dios, es decir, quienes creen en Él. ¿Hay otros que puedan hacerlo? Nuestro mismo Señor Jesucristo lo dice: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5).
(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, pp. 147-148)