La paz en el Espíritu Santo
El Señor le otorga a cada creyente devoto la Gracia como un don; sin embargo, le pide al alma que renuncie consciente y absolutamente al mal, y que vuelva al bien, a Él. ¡Que renuncie conscientemente al mal!
Recuerdo que en cierta ocasión estuve meditando sobre el hecho que los Santos Padres, cuando recibieron el don de la Gracia, lo mantuvieron durante toda su vida. Sin embargo, aquí se nos dice que no debemos poner nuestra esperanza en esto. El Señor le otorga a cada creyente devoto la Gracia como un don; sin embargo, le pide al alma que renuncie consciente y absolutamente al mal, y que vuelva al bien, a Él. ¡Que renuncie conscientemente al mal! El mal debe ser vencido con paz y serenidad, con pensamientos serenos y tranquilos. Por eso es que enfrentamos tantas aflicciones y sufrimientos a lo largo de nuestra vida. Los Santos Padres dicen que, si no nos humillamos solos, el Señor no dejará de hacerlo. Muchas veces debemos hacer frente a alguna tribulación que nos produce mucho dolor, hasta que no aprendemos a vencerlas con paz y tranquilidad, sin otorgarles más importancia que la que se merecen. Por tal razón, quienes aman al Señor atraviesan muchas dificultades. Aún más, muchas veces ocurre que hasta nuestros seres más cercanos nos desprecian y nos rechazan. ¡Debemos entenderlos con serenidad y sabiduría, sin condenarlos jamás! Todos estamos inmersos en la misma lucha, aquí, en el mundo... ¡Todos, al igual que nuestros semejantes, nuestros parientes, cercanos o lejanos, todos libramos la misma lucha! Recordemos que, cuando nosotros mismos nos hemos hallado en su situación, talvez hemos sido aún más viles en nuestro comportamiento, y por eso es que debemos hacernos humildes.
(Traducido de: Starețul Tadei, Pace și bucurie în DUHUL SFÂNT, Editura Predania, p. 30-31)