La piedad para tí mismo
Si eres generoso con otros, lo eres también contigo mismo, porque esa bondad hacia los demás se mueve adentro de tí, endulzándote. Cuando amás a los demás, sientes en tí la dulce alegría de ese amor. Pedir la enorme misericordia de Dios significa sentirte incapaz de alcanzar solo ese alto nivel, porque es pedir una dulzura que, en primer lugar, te hace feliz a tí mismo.
Si eres generoso con otros, lo eres también contigo mismo, porque esa bondad hacia los demás se mueve adentro de tí, endulzándote. Cuando amas a los demás, sientes en tí la dulce alegría de ese amor. Pedir la enorme misericordia de Dios significa sentirte incapaz de alcanzar ese alto nivel, porque es pedir una dulzura que, en primer lugar, te hace feliz a tí mismo. Todo esto no es más que humildad y amor (todo lo contrario a las ideas de Nietzsche, quien afirmaba que despreciaba a los cristianos por pedir siempre la piedad de Dios).
Incluso en las oraciones que los hacen los santos por tí, está presente su generosa piedad. Ellos tienen, por su cercanía con Aquel que es manantial de toda misericordia, esa generosidad común con Él. El que pide la misericordia de Dios, se hace capaz de darse hasta la muerte: gana una fuerza suprema, no un estado de siervo timorato, como afirmaba Nitezsche. Y cuando la misericordia es constante, se extiende entre las personas, con un sentimiento contagioso. Aunque no lo quieras, te contagias de esa generosidad que el otro muestra frente a tí. Pero también puedes hacerla que se detenga, después de recibirla y dando menos de ella. También puedes dejarla que se extienda en toda su capacidad, o en toda la capacidad de tu propio ser, cuando se despierta a través de la piedad de otro. Cuando pedimos la misericordia de Dios, con perseverancia, se demuestra la fuerza invencible del amor, del amor a los demás..
(Traducido de: Alexandru Prelipcean, Spiritualitate creștină și rigoare științifică: notele de subsol ale filocaliei românești, II, Editura Doxologia, 2013, p. 39)