Palabras de espiritualidad

La preciosa amistad de los santos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El nombre de cada santo tiene una gran fuerza cuando los invocamos en nuestras oraciones, porque todos los demonios les temen, ya que así fue como ellos se hicieron santos, venciendo a los espíritus impuros.

Si aquí, en la tierra, nos hacemos amigos de los santos de Dios, por medio de las oraciones que cada día les elevamos, ellos fácilmente nos reconocerán y nos ayudarán el Día del Juicio, cuando debamos enfrentar ese inevitable “examen” ante toda la humanidad y ante Dios, siendo los santos nuestros testigos.

Por eso, los Santos Padres nos enseñan que cada día debemos orar, sobre todo, a la Santísima Trinidad, a nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen y, después, al santo cuyo nombre llevamos y a nuestro Ángel custodio.

El nombre que recibimos en el Bautismo debe ser uno de algún santo que haya muerto por Cristo y santificado así su nombre de cristiano. ¡Qué gran error el de muchos padres de nuestros días, quienes, talvez por ignorancia, les ponen a sus hijos nombres ajenos al cristianismo, nombres que níngún santo llevó!

Si no llevas el nombre de un santo, no tienes un protector santo que ore por ti.

El nombre de cada santo tiene una gran fuerza cuando los invocamos en nuestras oraciones, porque todos los demonios les temen, ya que así fue como ellos se hicieron santos, venciendo a los espíritus impuros.

(Traducido de: Protosinghelul Ioachim Pârvulescu, Cele trei mari mistere vizibile şi incontestabile din Biserica Ortodoxă, Editura Amacona, 1997,  pp. 141-142)