En la calle, en la desembocadura del canal, se acumulaba sucia y turbia el agua de lluvia, mezclada con toda clase de desechos y tierra, formando un enorme charco cenagoso. Pero, un rayo de sol, proveniente de lo alto del cielo, llegó hasta la tierra, tomando consigo, con amoroso cuidado, una gotita de agua sucia. Llevósela lejos, a la cima de una montaña llena de nieve. Allí, aquella pequeña gota, llena de la luz del sol, gozándose de su calor y del aire de montaña, en medio de la albura reinante, se convirtió también en un copo de inmaculada nieve, con el brillo de un diamante, reflejando los nítidos rayos del sol.

La impureza terrenal, la niebla de pecado y las asfixiantes pasiones oscurecen, ensucian y ahogan el alma del hombre, haciendo que en ella se extinga la chispa divina. El alma yace en el mal y en la oscuridad, como aquella gota de agua sucia en el canal... pero, el amor todopoderoso de Dios, por medio de Su Gracia, cual rayo de sol, atraviesa las tinieblas, vence el poder del pecado y, sin sentir rechazo por el alma caída, viene a morar en ella, le da calor, le da vida, la alza del mundo. Con esto, la pobre alma, amenazada por la perdición, oscurecida y atrofiada, se despierta; en ella brotan nuevos impulsos, sed y hambre espiritual, un anhelo de la patria celestial.

¡La vista empieza a buscar las alturas y la luz celestial, y una ávida esperanza empieza a llenar el alma pecadora, en tanto que el don del Dios Todopoderoso y Vencedor la atrae hacia Él, como a la fuente de la Gracia y la Verdad!

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 135)