La reconciliación, una necesidad urgente para sanar el alma
Cristo jamás dijo que perdonáramos solamente a quienes vienen a pedirnos perdón.
A menudo, en esta vida, escuchamos esta clase de justificaciones. “¿Cómo lo voy a perdonar, si él no viene a verme para que le perdone?”, “Él es menor que yo... ¡a él le corresponde buscar cómo reconciliarnos!”, “¡Él me insultó primero, por eso es que él tiene que venir a pedir perdón!”, “No tengo nada en contra de él, pero si no desea reconciliarse conmigo, tampoco yo”, “¿Quién, yo? ¿Que yo vaya a pedirle perdón? ¿Por qué habría de humillarme delante suyo?”, “¿Quién se cree que es? ¡También yo tengo mi honor!”, etc.
¿No es verdad que la mayoría de nosotros hemos dicho, más de alguna vez en nuestra vida, semejantes palabras? ¡Claro que sí! Y, atención, que dichas palabras acusan y no excusan a sus autores. Cristo jamás dijo que perdonáramos solamente a quienes vienen a pedirnos perdón. En ninguna parte encontraremos escrito que el menor debe ser el primero en pedir perdón. Cada uno es responsable de perdonar a su enemigo personal y a todos los que le hayan herido el orgullo. Si el culpable de haber reñido busca la manera de reconciliarse y con humildad se acerca a su adversario para pedirle perdón, está purificando su alma. Pero si el culpable del conflicto se obstina en no reconciliarse, debido a su orgullo, será más culpable que el verdadero culpable del malentendido.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Vrajbă și împăcare, traducere din limba bulgară de Gheorghiță Ciocioi, Editura Sophia, București, 2006, pp. 56-57)