Palabras de espiritualidad

La rendija que el demonio utiliza para colarse en el alma

    • Foto: Oana Nechifor

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Translation and adaptation:

La tentación se manifiesta, inicialmente, bajo la forma de un pensamiento simple. Este no tiene la fuerza para obligar al consentimiento, sino solamente cuando nuestra alma sufre del vicio por los placeres

La forma en que la tentación entra del cuerpo al alma, señala San Máximo el Confesor, la constituye nuestro afecto por los placeres, cuando estos son satisfechos sin medida y de forma ajena a su razón. La exacerbación de sus efectos, centrada en los sentidos, significa desmesura, y este es el camino que el demonio sigue hacia el alma. Como dice este Santo Padre, la vía para que penetre el maligno está conforma por los “afectos naturales, que, cuando son satisfechos en exceso traen el diablo al alma, pero cuando son satisfechos equilibradamente lo regresan a sus dominios”.

Las tentaciones ponen a prueba o la parte ávida del alma, encendiéndola con lo que le muestran por medio de los sentidos, o la vehemencia, tulburándola e incitándola, o la parte racional del alma, oscureciéndola y haciéndola aferrarse únicamente a las cosas materiales, para que se separe, de este modo, de Dios. De una forma u otra, las tentaciones atentan contra el alma y el cuerpo, rompiendo el equilibrio que debe existir entre los dos, para poder someterlos con mayor facilidad.

La forma en que la tentación de los sentidos se inserta en el alma, es descrita así por Evagrio el Monje: “Todos los pensamientos diabólicos infiltran en el alma imágenes de las cosas sensibles, que, grabándose en la mente, la llevan a portar en su interior las formas de dichas cosas. Esto ocurre sea viendo con los ojos, o escuchando con los oídos, o sintiendo algo, o recordando algo. Todo esto imprime en la mente lo que se ha ido acumulando por medio del cuerpo”. Es interesante esta observación de Evagrio, quien dice que, para inducir esas tentaciones, el demonio utiliza las cosas exteriores, como el movimiento del agua, el viento soplando entre los árboles, el brillo o la oscuridad del sol y las nubes, el aire, el calor o el frío, etc.

Luego, la tentación se manifiesta, inicialmente, bajo la forma de un pensamiento simple. Este no tiene la fuerza para obligar al consentimiento, sino solamente cuando nuestra alma sufre del vicio por los placeres, como señala San Marcos el Asceta. La resistencia de semejante corazón se ve, de hecho, disminuida, hasta dejar de existir, es decir, hasta llegar a esperar la tentación, hasta desearla y buscarla. Y, cuando esta aparece, la acepta inmediatamente, con rapidez y placer, acompañándola y avivándola con los propios deseos, para después materializarla.

En esta situación, no es el demonio quien ejerce coacción sobre la persona, sino su pecador corazón que espera y busca la tentación. Para este, el señuelo del maligno no constituye una trampa o un obstáculo, sino un medio para la comisión del pecado. La misma realidad demuestra, en semejantes situaciones, que el hombre cede demasiado rápido ante la tentación, sin que esta le constriña a ello.

(Traducido de: Nevoitor, Război în văzduhul inimii, Editura Credința strămoșească, p. 70-71)