Palabras de espiritualidad

La responsabilidad de ser cristianos en estos tiempos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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La Iglesia de Cristo condena cualquier clase de pecado, pero sigue orando por y se relaciona amorosamente con el hombre que vive en pecado.

En esta vida experimentamos mucho, y, a menudo, nos quedamos con un sabor amargo, con un vacío en el alma. Incluso cuando por curiosidad deseamos conocer más cosas en un campo o en otro, llegamos a la conclusión de que todo ese acervo no vale nada ante la muerte. Hasta cuando sentimos curiosidad por interactuar con determinadas personas, nos arriesgamos a terminar decepcionados. La única curiosidad que no puede terminar mal es el anhelo de conocer al Dios-Hombre, a Jesucristo. Quien “desee ver quién es Jesús”, como Zaqueo, y sea honesto y abierto, y además esté dispuesto a luchar contra cualquier obstáculo, solamente con tal de llegar al punto en el que pueda vislumbrarlo a Él, no tiene cómo no dar con Su presencia: “El Señor observa desde el cielo a los hombres, para ver si hay alguno cuerdo que busque a Dios” (Salmos 52, 3).

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En la historia de la Iglesia podemos encontrar los casos de algunos cristianos que de alguna manera llevaron al extremo su deseo de cumplir con las exhortaciones evangélicas. Son caracterizados, usualmente, con la expresión “locos por Cristo”, precisamente porque, a diferencia de los hombres “normales” o mundanos, eligieron vivir aquí y ahora como si estuvieran ya en el más allá, en la eternidad. Esta doble situación, celestial y terrenal, al mismo tiempo, ofrece también la medida de su paradójico comportamiento.

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Ser cristiano significa ser discípulo y amigo de nuestro Señor Jesucristo. Es vivir sin separarte ni siquiera un segundo de Su Vida. El cristianismo no es una suma de cláusulas con efectos en el plano personal o social, no es la ideología de un partido que se propone conquistar este mundo. En este sentido, “la Resurrección no es una prueba” presentada a algunos “incrédulos, como Tomás”, por parte de nuestro Señor Jesucristo, sino algo completamente normal en el camino que anduvo el Hijo de Dios, Quien no pudo ser vencido por la muerte, siendo Él Mismo la Fuente de la vida. Sí, por medio de la Resurrección se nos da la plena certeza de la divinidad de Aquel a quien Sus discípulos vieron muriendo “como un hombre”, entre los tormentos de la Crucifixión. Sus enseñanzas evangélicas fueron solamente una preparación para que Sus discípulos pudieran recibir el gran Misterio de la Resurrección. Quienes pretendan separar estas palabras del Señor de Su Resurrección y quienes quisieran que los Evangelios se detuvieran en el momento de Su muerte en la cruz, no quieren, de hecho, sino reducir la Persona de Cristo a Su humanidad, negando Su divinidad. Estos sí que pueden asemejarse a Tomás, quien, en las proximidades del momento de la Crucifixión, azuzaba así a los demás discípulos: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Juan 11, 16). Sin embargo, cuando el mismo Tomás supo, por boca de los demás apóstoles, que el Señor había resucitado, se negó a creer mientras no tuviera una certeza personal de eso que le decían. Y aquí radica el problema de Tomás: creyó, sin dudar, en la posibilidad de morir, pero le resultó muy difícil creer en la posibilidad de la Resurrección.

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En el lenguaje popular, hay expresiones como “piloto de domingo”, o “papá de domingo”, para referirse a aquellas personas que solamente de vez en cuando asumen con seriedad sus responsabilidades. Entonces, ¿cómo podríamos llamar a aquellos que tienen años de no acercarse a la iglesia (a quienes no podemos denominar ni siquiera “cristianos de domingo”)? ¿”Cristianos de Pascua”?

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La diferencia entre la forma de pensar “políticamente correcta” y el pensamiento cristiano se observa con claridad en la forma en que son abordadas las diferencias morales entre las personas. La Iglesia de Cristo condena cualquier clase de pecado, pero sigue orando por y se relaciona amorosamente con el hombre que vive en pecado. La “correctitud política” sostiene que debemos aceptar/respetar no solamente a la persona respectiva, sino también sus elecciones. Aparentemente, el hombre “políticamente correcto” hace mucho más por esos “discriminados”, aceptándolos a ellos y también a sus actos (pecados). Es decir, aceptando algo de más. Pero, en realidad, hace menos por ellos y de hecho les causa un gran perjuicio, estimulando su comportamiento y dándoles la falsa ilusión de que lo que hacen es bueno, contribuyendo así a su sufrimiento.

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El plan de vida más auténtico y realista es el cristocéntrico. Es importante pronunciar estas palabras con suficiente determinación y énfasis, hallándonos en un mundo que pone tantas esperanzas en los refulgentes pero babilónicos logros humanos. Si hay una crisis en el mundo, es, ciertamente, una crisis de sentido.