La Santa Cruz y la Santa Comunión, armas contra el maligno
“No te presentes ante nosotros, los cuatro brujos, sin haber comulgado antes y sin llevar una cruz atada al cuello”.
A un hombre muy virtuoso y con un puesto importante en la Babilonia egipcia, no hace muchos años le encomendaron hacerse cargo de las prisiones. Siendo una persona muy generosa, nuestro hombre se mostró siempre abierto y compasivo con los reclusos. No es necesario escribir aquí su nombre, porque aún vive. Él mismo nos relató lo siguiente, insistiendo una y otra vez en que todo lo ocurrido fue real:
«Un día, luego de que un grupo de hechiceros fue enviado a prisión, me acerqué a su celda para interrogarlos por separado, como suele hacerse en los reclusorios, haciendo constar por escrito cada una de las cosas que dijeran. Uno de ellos, el más anciano de todos, viendo mi discernimiento y cómo me comportaba indulgentemente con todos los presos, me llevó aparte y me dijo, en el idioma de Tebas: “Te imploro, por Dios, quien fue el que nos puso en tus manos, que no te presentes ante nosotros, los cuatro brujos, sin haber comulgado antes y sin llevar una cruz atada al cuello. Mis camaradas son personas muy malas y quieren hacerte daño. Pero, si haces lo que te digo, ni ellos, ni nadie más podrá dañarte”.»
Si los demonios y los hechiceros dan testimonio de lo anterior, está claro que más viles son aquellos que no confiesan a Cristo y los que blasfeman a cada instante en contra de la Cruz, y por esa Cruz es que nos castigan. ¿A quiénes me refiero? A los enemigos de la Cruz (los árabes, que en ese entonces perseguían a los cristianos), cuyo final es la perdición (Filipenses 3, 18-19), de acuerdo a lo que Dios nos dice por medio del Apóstol Pablo.
(Traducido de: Sfântul Anastasie Sinaitul, Povestiri duhovniceşti, traducere din limba greacă veche de Laura Enache, Editura Doxologia, 2016, pp. 106-107)