La secreta alegría del que ora
En la espiritualidad ortodoxa, todo es dador de alegría. El nacimiento es alegría, porque el mundo es hermoso y su Soberano es Dios. La vida es alegría, porque es un don de Dios. La muerte es una alegría, porque es la puerta para llegar a Dios. La oración lleva a la felicidad. Vivir, sea en el mundo, sea en el desierto, lleva también a la felicidad.
La alegría es otra coordenada esencial en la espiritualidad ortodoxa. […] En Oriente, todo es portador de felicidad. El nacimiento es alegría, porque el mundo es hermoso y su Soberano es Dios. La vida es alegría, porque es un don de Dios. La muerte es una alegría, porque es la puerta para llegar a Dios. La oración lleva a la felicidad. Vivir, sea en el mundo, sea en el desierto, lleva también a la felicidad. Como dice Paladio, en su Historia Lausíaca: “No he visto, entre los que viven en el desierto, alguno que parezca sombrío o triste. Nadie sería capaz de vivir en este mundo una alegría y un encanto semejante al de ellos”.
Hasta esos que lloran no son mustios, sino que se declaran felices. Los ascetas suelen tener faz de ángeles, como se dice del gran Arsenio y del más grande Antonio. En la “Vida de San Antonio” se dice que tenía siempre un gesto sereno, tanto que quienes no lo habían visto antes podían reconocerlo inmediatamente. Siempre estaba feliz. A Francisco de Sales se le atribuyen unas palabras conocidas por muchos, “un santo triste es un triste santo”.
San Serafín de Sarov, quien decía que el propósito de la vida cristiana es la obtención de la gracia del Espíritu Santo, llamaba a todos con el apelativo: “¡Alegría mia!”.
(Traducido de: Antonie Plămădeală, Mitropolitul Ardealului, Tradiţie şi libertate în spiritualitatea ortodoxă, Editura Pronostic, Bucureşti, 1995, p. 88)