La seguridad que nos da la fe en Dios
Una sociedad conformada por creyentes es como una familia feliz, equilibrada y pacífica, libre de abusos y agitaciones estériles. Una sociedad de buenos creyentes es un conjunto de hombres morales, devotos y hermanados, en lo bueno, pero especialmente ante los infortunios. Un país cuyos ciudadanos son hombres de fe, es un lugar consolidado y próspero…
Un alma armada con la fuerza de la fe en Dios es invencible; no la pueden vencer ni la furia de las persecuciones, ni las legiones de dudas, ni las trampas de las tenteaciones, ni los vientos de la incredulidad. El creyente es un hombre modélico, una personalidad de carácter, amado, respetado y hasta temido. Por eso, a nadie asombra que los sabios de la humanidad hayan utilizado palabras sublimes para referirse a la fe en Dios y a los creyentes. Pero el valor de la fe en Dios se juzga especialmente de acuerdo a sus frutos y bondades prácticas. La fe salva, así lo dice y así lo cree todo el mundo.
Una sociedad conformada por creyentes es como una familia feliz, equilibrada y pacífica, libre de abusos y agitaciones estériles. Una sociedad de buenos creyentes es un conjunto de hombres morales, devotos y hermanados, en lo bueno, pero especialmente ante los infortunios. Un país cuyos ciudadanos son hombres de fe, es un lugar consolidado y próspero… En lo que respecta a las virtudes morales, los creyentes jamás podrán compararse con los descreídos. El nivel de vida moral de los hombres de Dios es siempre superior al de aquellos que viven sin Él. Ahí donde falta la fe en Dios, todo es inestable e inseguro; por el contrario, en donde la fuerza de la fe en Dios obra por medio de la virtud del amor, ahí todo crece, florece y da frutos. De una manera obran aquellos que confían que Dios los escucha, los ve y los conoce, y de otra, completamente diferente, quienes han visto cómo desaparece o se debilita su fe en Dios.
La fe en Dios nos reconforta y nos eleva la moral, nos consuela y nos fortalece en los momentos más difíciles de la vida. En medio de un campo de batalla, bajo el fuego de los dolores en un lecho de sufrimiento, y también ante la muerte, los hombres no encuentran ningún consuelo ni en la filosofía de Kant, ni en los poemas de Goethe, ni en los escritos de Voltaire. En semejantes circunstancias, los pensamientos de todos se elevan con las alas de la fe hacia Dios, de donde esperan toda ayuda, toda protección y todo aliento. La fe en Dios trae entonces calma, como un bálsamo que alivia y da paz, fuerza, esperanza y paciencia, protección y salvación, y otras virtudes que nos brindan auxilio y victoria. “Lo que es la estrella polar para los que viajan en caravanas, en parajes desolados; lo que para los marineros y exploradores es la brújula, que los libra de naufragar o perderse; lo que es un faro luminoso para un vapor, en una noche oscura y con neblina; lo que es el timón para la seguridad de los trenes y todo lo que llevan en ellos; lo que es el ancla para una embarcación ante la embestida de las olas, todo eso es la fe en Dios para el hombre, quien perfectamente puede asemejarse a una nave que lucha contra el oleaje del océano de esta vida” (Ned. Georgescu)
(Traducido de: Ilarion V. Felea, Religia iubirii, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2009, pp. 154-157)