La serenidad del padre de familia cristiano, pilar de la correcta crianza de los hijos
La intranquilidad, ante todo, evidencia una incorrecta relación con Dios y, además, manifiesta un desequilibrio psicológico en el individuo.
Algunas veces, los nervios de los padres se manifiestan por medio de un estado de intranquilidad general. Los accidentes, las enfermedades, las infecciones, el fracaso escolar, las malas compañías… todo eso les parece especialmente amenazador. Un pequeño síntoma de enfermedad los hace llevar deprisa al niño con el médico. Una mala nota en un examen los determina a ir a buscar inmediatamente al maestro. Una palabra disonante los sumerge en una profunda tristeza, porque se llenan del convencimiento de que su hijo ha tomado el camino a la perdición. Esos padres se acusan recíprocamente de haber descuidado la vigilancia estricta del niño y examinan escrupulosamente su tarjeta de calificaciones, verifican si se ha lavado bien las manos, y muestran un interés exagerado en sus amiguitos, con tal de reconocer quién le enseña a hablar vulgarmente.
A partir de nuestra propia experiencia, podemos afirmar que no son pocos los padres que, debido a esa alteración nerviosa, manifiestan un desasosiego incontrolable. Lo peor de todo es que no creen que esa intranquilidad sea algo enfermizo, algo patológico, porque consideran que se trata de un don especial, de una cualidad. Creen que son diferentes a las demás personas, a las demás mamás —porque este es un problema que afecta principalmente a las madres—, quienes les parecen indiferentes ante las necesidades de los pequeños. En pocas palabras, son padres y madres que están convencidos de poseer algo extraordinario que los demás no tienen. Y, sin embargo, esa intranquilidad no es solamente una simple debilidad, sino una enfermedad, la cual se manifiesta ahí donde hay un estado de nerviosismo.
Es evidente que un padre o una madre así, lo entienda o no, no puede vivir en Cristo, mucho menos convencer a nadie de que confía en Él y en la Providencia Divina. Tampoco puede decir que ama verdaderamente a su hijo, que no procede con él como si fuera su propiedad, que no sofoca su personalidad.
Los padres, los profesores e incluso los sacerdotes deben tener como propósito ayudar a cada persona, pero especialmente a los niños. Ayudarlo, sí, no controlarlo. Su misión es respetar la personalidad del pequeño y ayudarlo a desarrollarse libremente.
Cuando se trata de una persona que ha renacido espiritualmente y no de alguien que simplemente tiene “color” de cristiano, cuando realmente confía en Dios, cuando vive en Cristo y tiene en su interior el Espíritu de Dios, cuando en su alma siente la presencia de Dios y Su Providencia, no es posible que caiga en estados de intranquilidad. Aunque vea que todo se encamina al desastre, con sangre fría, humildemente y con mucha sabiduría, con esperanza, con seguridad, hará todo lo que esté en sus manos para resolver el problema… pero no se intranquilizará. La intranquilidad, ante todo, evidencia una incorrecta relación con Dios y, además, manifiesta un desequilibrio psicológico en el individuo. (...)
Las consecuencias de la intranquilidad de los padres en el niño
Por una parte, al niño se le privará de su libertad y se verá separado de sus compañeros y vigilado con sevridad. Este es, muy a menudo, el caso del “hijo único” en una familia. Por otra parte, el niño se mantendrá agitado, sentirá miedo de tomar la iniciativa en cualquier circusntancia, rehusará asumir responsabilidades, aunque esto no implique ser castigado, pero sí lo llenará de temores y acusaciones. De igual forma, acordará una importancia exagerada a las medidas de prevención que fueron tomadas por sus padres. Se volverá sumiso, obediente, lleno de desasosiego, cerrado en sí mismo, limitado para expresarse y para sentirse libre.
No creamos que, cuando el niño es sumiso y obediente, todo está bien con él. Algunas madres se desviven tratando de conducir a sus hijos a un estado de sumisión y de obediencia totales, para no tener problemas de ningún tipo en el futuro. También hay mamás que envían a sus hijos a la escuela para librarse de ellos. Eso no es educación. La educación significa mucho cuidado, pero sin intranquilidad y sin ansiedad.
(Traducido de: Arhimandritul Simeon Kraiopoulos, Părinți și copii, Editura Bizantină, București, 2005, pp. 159-166).