La serenidad une todas las virtudes
Cuando el Espíritu Santo desciende sobre la persona, alivia todas sus cargas y sufrimientos, ayudándola a vencerlos sin esfuerzo.
La serenidad consiste no sólo en guardarte de cometer iniquidades, sino también en no desearlas.
Lleno de serenidad es ése que ha vencido todas las formas del vicio, aunque éste intente atraerlo con fuerza. El que tiene paz se eleva sobre los vicios, no se turba por nada de este mundo, no le teme al sufrimiento, ni a las necesidades, ni a las calamidades; no le teme tampoco a la muerte, considerándola simplemente el umbral hacia la vida eterna. Dueño de sí mismo es ése que, sufriendo las artimañas de los demonios y de los hombres, no las toma en cuenta y no las considera algo malo, al punto que pareciera que ni las sufre. Cuando es elogiado, no se envanece y, cuando es insultado, no se enoja, pero, cual niño pequeño, llora al ser castigado, mientras que al ser consolado, se alegra.
La serenidad no es una virtud cualquiera, sino ésa que une a todas las demás. Entonces el hombre es resucitado por el Espíritu Santo, porque sin Él se queda sin fuerzas el cuerpo espiritual en el que habitan las virtudes. El hombre no puede ser considerado como una persona de paz, hasta que no descienda el Espíritu Santo sobre él y hasta que no se purifique de sus faltas, porque, mientras eso no suceda, sufre. Pero cuando el Espíritu Santo desciende sobre el hombre, entonces Éste alivia todas sus cargas y sufrimientos, ayudándole a vencerlos con facilidad. ¡Gloria a nuestro Dios por siempre! Amén.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Velicikovski de la Neamţ, Crinii țarinei sau Flori preafrumoase adunate pe scurt din Dumnezeiasca Scriptură, Editura Bisericii Ortodoxe din Moldova, Orhei, 1995, pp. 21-22)