Palabras de espiritualidad

La tragedia del hombre: olvidarse de la vida eterna

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El cristiano que ha recibido el don del amor de Cristo, consciente de que este amor aún no es perfecto, se libra de la pesadilla de la muerte que todo lo devasta.

La tragedia de nuestros tiempos radica en la ausencia casi total de la conciencia de que hay dos reinos: el de este mundo y el eterno. Queremos construir el Reino de los Cielos aquí en la tierra, rechazando cualquier idea de resurrección o eternidad. La Resurrección es, así, un mito, y Dios ha muerto.

Volvamos a la revelación bíblica, a la creación de Adán y Eva, y al problema del pecado ancestral. “Dios es luz y en Él no hay niguna oscuridad” (I Juan 1, 5). […]

La noción de tragedia la encontramos primero en la literatura, no en la vida. Las semillas de la tragedia —así me parecía cuando era joven— son sembradas cuando el hombre se encuentra completamente cautivado por un ideal. Y, para alcanzar dicho ideal, está dispuesto a hacer cualquier sacrificio y enfrentar cualquier sufrimiento, aun arriesgando su propia vida. Përo, al realizar el objeto de sus anhelos, este demuestra ser una quimera inconsistente: la realidad no concuerda con lo que él tenía en mente. Este triste decubrimiento lo lleva a una profunda desesperación, a un espíritu herido, a una muerte atroz. […]

La tragedia se encuentra solamente en la suerte del hombre, cuya visión no llega más allá de los límites de este mundo. El mismo Cristo no es, en absoluto, un ejemplo de tragedia. Tampoco Sus sufrimientos por el mundo entero tienen un cariz trágico. Y el cristiano que ha recibido el don del amor de Cristo, consciente de que este amor aún no es perfecto, se libra de la pesadilla de la muerte que todo lo devasta.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experienţa vieţii veşnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, pp. 42-44)