La tristeza del orgulloso y la del verdadero hombre de fe
Aquel que tiene una contrición verdadera no espera a que venga una enfermedad grave o cualquier otra tribulación para arrepentirse, sino que todo el tiempo se arrepiente y acude a confesarse.
La mujer pecadora (del Santo Evangelio) lavó con sus lágrimas los pies del Señor y se los secó con sus cabellos, y el Santo Apóstol Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente por haber negado a Jesús. Pero, atención, que no toda tristeza es señal de una contrición pura. Existe también una tristeza falsa, que no viene del arrepentimiento, sino de la ambición y la vanidad. Por ejemplo, cuando alguien se lamenta y llora, temeroso de que los demás descubran su pecado y se lo reprochen. Esto sucede con los orgullosos, con esos que no lloran por haber ofendido a Dios con sus pecados, sino por temor a ser descubiertos y avergonzados. Estas personas suspiran y le suplican a Dios, pero no por el perdón de sus pecados, sino que los libre del oprobio público. Así, cuando, con el paso del tiempo, observan que nadie se ha dado cuenta de su falta, se olvidan de aquella tristeza y vuelven a su vida llena de pasiones. Lo mismo sucede con aquellos que tienen una lista entera de pecados graves y sin confesar: cuando sienten que su vida corre peligro, empiezan a quejarse amargamente y a derramar verdaderos ríos de lágrimas. Pero esa tristeza no es una que tenga relación con Dios, sino que es una pesadumbre muy volátil. ¿Por qué? Porque proviene del temor a la muerte, no de una contrición pura. Aquel que tiene una contrición verdadera no espera a que venga una enfermedad grave o cualquier otra tribulación para arrepentirse, sino que todo el tiempo se arrepiente y acude a confesarse, sin esperar el tiempo de las aflicciones.
(Traducido de: Sfântul Ioan Iacob de la Neamț, Pentru cei cu sufletul nevoiaș ca mine... , Editura Doxologia, Iași, 2010, p. 335)