La única honra que tendría que importarnos
No hay nadie más rico que aquel que, aun en medio de su pobreza, le agradece a Dios por todo. No hay nadie que se enaltezca más que aquel que se humilla y se difama a sí mismo por Dios.
Entiende, hijo, que los más piadosos y virtuosos, mientras más huyen del mundo, más los enaltece el Señor. Y, cuando se hallan en algún lugar apartado y solitario, rechazando la honra del mundo y afanándose en alcanzar la salvación, Dios les envía algún guía espiritual, quien da a conocer por todas partes su virtud. Por ejemplo, si hubiera servido al mundo durante toda su vida, el nombre de una gran mujer como Santa María de Egipto habría quedado en el olvido para siempre. Sin embargo, debido a que supo renunciar a todo lo terrenal, llegando incluso a detestarlo —y vivió cuarenta y siete años como asceta, alimentándose con plantas y agua—, el Señor le mostró al mundo su gloria, y hoy la veneramos por haber obtenido mucha más honra huyendo de esta.
¡Qué necios somos! ¡Cómo nos perdemos, en nuestra falta de juicio, y cómo nos engañamos a nosotros mismos, buscando las cosas del mundo! Las cosas que buscamos, creyéndolas importantes, nos llevan a la perdición, y, pensando que nos hacemos un bien, realmente nos perjudicamos. ¿Por qué nos interesa obtener la honra del mundo, si vemos que aquellos que fueron pequeños y difamados, hoy son honrados y ensalzados! Mientras más busquemos que los demás nos recuerden, más nos olvidarán. No hay nadie que sea tan honrado y glorificado, como aquel que huye de la gloria y detesta ser honrado. No hay nadie más rico que aquel que, aun en medio de su pobreza, le agradece a Dios por todo. No hay nadie que se enaltezca más que aquel que se humilla y se difama a sí mismo por Dios.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, p. 222)