La venganza
No te detengas en el que te enoja, ni en el insulto en sí, porque encontrarás argumentos para enfadarte y vengarte. Al contrario, olvida pronto y vístete con las vestiduras de la humildad.
El enfado viene de la auto-apreciación, por medio de la cual los hombres llegan a creer que merecen mucho; por eso, cuando alguien tiene el atrevimiento de no darles lo que creen que les es debido, se enojan enormemente y comienzan a maquinar la venganza. ¡Hacen bien no dejando que tales sentimientos se enciendan en Ustedes, ni que permanezcan mucho tiempo merodeándolos!. Si dejan que tal idea los domine, en pocos días el maligno les envolverá en la tormenta de la venganza. Esfuércense en eliminar pronto esa auto-apreciación. No miren al que los enoja, ni al insulto en sí, porque encontrarán argumentos para enfadarse y vengarse. Al contrario, olviden pronto y vístanse con las vestiduras de la humildad. El Apóstol dice que se engaña el que piensa de sí mismo que es ya algo (Gálatas 6, 3)... Esto es, pues, lo que deben hacer: eliminar todo pensamiento de esa clase, tirarlo por la ventana. Así vendrá el sentimiento de saber que uno no es nada y, llegando a considerarse Ustedes mismos como “nada”, se sabrán dignos de toda humillación e insulto, haciendo desaparecer todo enojo y deseo de venganza.
(Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înțelepte, traducere de Cristea Florentina, Editura Cartea Orodoxă, p. 353)