Palabras de espiritualidad

La vida de un monje que fue como una candela encendida para todo el Santo Monte Athos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Este venerable eremita rumano alcanzó el nivel de los padres de antaño, practicando largas vigilias de toda la noche, soportando el hambre y la sed, además de enfrentar terribles tentaciones por parte del demonio. A pesar de todo, la mano del Señor lo cubría todo el tiempo y el don del Espíritu Santo moraba en su alma.

Venerable Avxentio el Eremita (†1890)

El venerable Auxentio fue un gran asceta rumano del Santo Monte Athos. Proveniente de la región moldova, en 1850 llega al Santo Monte y es tonsurado en una de las celdas de los alrededores de Athos. Posteriormente, siendo un fierviente practicante del ascetismo y guiado por su encendido amor por Cristo, se retiró a vivir a una de las cuevas que hay cerca de la cima del Santo Monte. Ahí vivió solo durante mucho tiempo, en ayuno, oración y lágrimas de contrición, de manera que pudo alcanzar un altísimo estado de crecimiento espiritual. Y es que el Señor le otorgó los dones de las lágrimas de contrición, la capacidad de conocer lo que aún no había sucedido, y la “oración del corazón”.

Este venerable eremita rumano alcanzó el nivel de los padres de antaño, practicando largas vigilias de toda la noche, soportando el hambre y la sed, además de enfrentar terribles tentaciones por parte del demonio. A pesar de todo, la mano del Señor lo cubría todo el tiempo y el don del Espíritu Santo moraba en su alma. Los demás monjes del Santo Monte desconocían su forma de vida y sus sacrificios, por vivir tan lejos de los demás. Solamente cuando bajaba a la skete Prodromos, se confesaba, recibía la Eucaristía… y después regresaba a su retiro.

Así fue como vivió el venerable Auxentio, como una veladora encendida permanentemente cerca de la cima de Athos, durante cerca de cuarenta años, alabando sin cesar a Dios y orando día y noche por todo el mundo y por su propio país. Los monjes que le conocían lo honraban como a un verdadero santo. Y, sin embargo, su forma de vida era algo que solamente Cristo podía ver.

Un día, cuando dos monjes del Monasterio de la Gran Laura subieron a visitar las celdas y las cuevas de los eremitas que vivían cerca de la cima del Santo Monte, encontraron al venerable Auxentio ya fallecido, arrodillado y con las manos elevadas al cielo en oración. Entonces, tomaron el cuerpo del venerable padre y lo llevaron al monasterio para que fuera enterrado en el cementerio del lugar.

¡Concédele, Señor, el descanso eterno con todos Tus santos!

(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 459-460)

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