Palabras de espiritualidad

La vida espiritual en el Monasterio Neamţ bajo la guía de San Paisos

    • Foto: Catalin Acasandrei

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La pobreza voluntaria de los monjes era total. En las celdas, fuera de algunos íconos, libros y herramientas para hacer manualidades, no había nada más. Los monjes se distinguían sobre todo por su humildad, y todos huían denodadamente del orgullo.

He aquí cómo describe la vida espiritual del Monasterio Neamţ un monje peregrino, de nombre Teófano:

«La pobreza voluntaria de los monjes era total. En las celdas, fuera de algunos íconos, libros y herramientas para hacer manualidades, no había nada más. Los monjes se distinguían sobre todo por su humildad, y todos huían denodadamente del orgullo. No sabían qué era la envidia o el odio. Si alguno se enfadaba con otro por determinado motivo, se apresuraban en reconciliarse. El que no perdonaba a su hermano era echado del monasterio. Todo el comportamiento de los monjes era modesto. Al encontrarse dos monjes que fueran pasando por el mismo lugar, cada uno se esforzaba en ser el primero en inclinarse ante el otro. En la iglesia, cada uno se mantenía atento y sin moverse del sitio dispuesto para él. Las conversaciones inútiles no existían, ni dentro de la iglesia, ni en las celdas, ni en los jardines del monasterio».

El mismo Teófano escribe lo siguiente sobre los trabajos de obediencia de los monjes del Monasterio Neamţ:

«La comunidad de monjes del padre Paisos estaba constituida por unos ochocientos monjes. Cuando salían a trabajar en la obediencia —en grupos de cien o ciento cincuenta— uno de ellos leía algún texto de provecho espiritual o predicaba para sus hermanos. Si alguno hacía algún comentario inútil, inmediatamente se le pedía que guardara silencio».

En lo que respecta a la vida de los monjes en sus celdas, Teófano dice:

«En sus celdas, algunos monjes escribían libros, otros cosían algo, otros hacían madejas de lana, otros confeccionaban vestimentas litúrgicas, otros hacían postraciones, otros preparaban telas para distintos usos en el monasterio, otros esculpían cruces o tallaban cucharas de madera. Todos se dedicaban a algún trabajo manual y todos eran supervisados por sus padres espirituales, a quienes confesaban sus pecados y pensamientos dos veces al día: por la mañana confesaban lo ocurrido durante la noche y en la noche lo acontecido en el día. Ninguno se atrevía a hacer algo sin la bendición de su confesor, ni siquiera comerse una simple fruta.

Era una costumbre que para la fiesta patronal del Monasterio Neamţ, en el día de la Ascensión del Señor, viniera mucha gente proveniente de distintas partes de Moldova, Valaquia y del extranjero. Eran cuatro días en los que el padre Paisos no tenía descanso alguno. Desde el amanecer y hasta avanzada la noche, las puertas de su celda se mantenían abiertas, tanto para ricos como para pobres. A todos los peregrinos los recibía con el mismo amor, como si fuera un segundo Abraham, atendiéndolos con esmero y agradeciéndoles por el esfuerzo del viaje. Después les prometía del Señor y de la Santísima Virgen misericordia para el cuerpo y el alma, los bendecía y los enviaba a la casa para huéspedes».

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 306)