Palabras de espiritualidad

La vida litúrgica y el horizonte del Reino de los Cielos

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

Participando frecuentemente y con atención de la vida litúrgica, los fieles viven más y con más frecuencia al lado de nuestro Señor Jesucristo, la Madre del Señor y todos los santos, haciéndose partícipes de su modo de vida y sus virtudes, asemejándose cada vez más a ellos y anticipando la experiencia de la vida común en el Reino de los Cielos.

El tiempo de la Iglesia es uno cíclico. A diferencia del tiempo histórico y lineal de la sociedad moderna, constituido por momentos únicos e irrepetibles, el tiempo cíclico es uno que vuelve sobre sí mismo en intervalos regulares, porque es caracterizado y medido por la conmemoración repetitiva de algunos sucesos muy importantes para la comunidad.

Estando en la iglesia, los fieles nunca consultan su reloj, porque cuando se dedican a Dios, tienen a su disposición “todo el tiempo del mundo”, y, como dice un proverbio francés, “cuando uno ama deja de contar” (quand on aime, on ne compte pas).

A pesar de su contenido extremadamente rico, los oficios litúrgicos ortodoxos tienen siempre una tonalidad sosegada y, con toda la concentración que se necesita para participar en ellos, siempre son un motivo de descanso para los cuerpos de los fieles y, para sus almas, fuente de verdadera paz interior.

La Divina Liturgia es una experiencia anticipada del Reino de los Cielos, una “vista previa” de este, del cual nos gozaremos en la vida eterna, después de la Resurrección y el Juicio Final.

Participando en los oficios litúrgicos, aprendemos de nuestro Señor Jesucristo, de la Madre del Señor y de los santos, los elegimos como mentores y guías, vivimos con ellos y nos transformamos gradualmente (la mayoría de veces sin darnos cuenta) hasta hacernos semejantes a ellos, tal como un niño pequeño se forma por mimetismo, viviendo con sus padres.

Participando frecuentemente y con atención de la vida litúrgica, los fieles viven más y con más frecuencia al lado de nuestro Señor Jesucristo, la Madre del Señor y todos los santos, haciéndose partícipes de su modo de vida y sus virtudes, asemejándose cada vez más a ellos y anticipando la experiencia de la vida común en el Reino de los Cielos, en donde la unión de los fieles con Dios y los santos será perfecta.

Es importante alimentarnos espiritualemente con los oficios litúrgicos, pero, al mismo tiempo, debemos alimentar esos oficios en nuestro interior, para que puedan fructificar plenamente en nuestro interior. Y esto se consigue por medio de la oración, así como a través de todos los estados espirituales (como la fe, la contrición y el amor), que deben ser modelados por nuestra vida espiritual en general, para que cada vez obren con más fuerza en nosotros.

Al inicio de la vida litúrgica —como al inicio de la vida de abnegación y de todas las otras formas de vida en Cristo—, se encuentran la contrición y la humildad, que nos ofrecen la posibilidad de conocer la distancia que separa nuestra niminedad de la grandeza de los dones que nos son ofrecidos, así como todo el esfuerzo de progreso espiritual que debemos realizar para podernos unir plenamente con Aquel que desde el principio se unió plenamente con nosotros.

(Traducido de: Jean-Claude LarchetViața Liturgică, Editura Doxologia, 2017, p. 74, p. 144, p. 245, pp. 559-560, p. 563, p. 565)