La virtud paternal del confesor
Los sacerdotes debemos tener, hacia aquellos que vienen a confesarse con nosotros, la bondad que debe tener un padre para con su hijo. Esto es algo que podemos alcanzar con la Gracia de Dios y sólo Él sabe quién es capaz de hacerlo a plenitud.
Todo los fieles terminan creándose, de alguna forma, un vínculo de hijo o de hija con el sacerdote con quien se confiesan. Hablando prácticamente, es imposible seguir a detalle la vida de todas los fieles que vienen a confesarse periódicamente contigo... ¡Son muchísimas personas! De esa suerte, uno como sacerdote no puede decir: “Conozco perfectamente a aquel muchacho, viene a veces a confesarse”, “Conozco bien a aquella chica, la he confesado algunas veces”. No se puede plantear el problema de esta manera.
No obstante, sí que se puede plantear en el sentido de que (los sacerdotes) debemos tener, hacia aquellos que vienen a confesarse con nosotros, la bondad que debe tener un padre para con su hijo. Esto es algo que podemos alcanzar con la Gracia de Dios y sólo Él sabe quién es capaz de hacerlo a plenitud. Porque, por ejemplo, una persona que no tiene hijos no es un padre verdadero, no conoce, no tiene ese sentimiento de padre. Una maestra me decía: “Padre, un buen maestro es solamente aquel que tiene sus propios hijos y que se ocupa de su educación y la de los otros niños que, de alguna manera, son también como sus hijos”. Una muy buena observación de parte de alguien que trabaja en el campo de la educación.
Lo mismo podría decirse del padre espiritual. Nuestra Iglesia dispuso que los sacerdotes se casaran, que tuvieran familia, precisamente porque deben “pastorear” familias. Entonces, el sacerdote, teniendo ese sentimiento de padre, de papá, lo puede extender sobre más personas. Y es su deber hacerlo, porque es “padre”. Luego, el sacerdote no es sólo ese ante quien los fieles revelan y confían ciertas cosas, para que él, cual juez, les dicte una sentencia.
(Traducido de:Arhimandrit Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, pp. 336-337)