Palabras de espiritualidad

Las armas que Dios nos da para luchar contra las pasiones

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Entonces, esas pasiones clamaron en voz alta: “Hijito, ¿por qué huyes de nosotras? ¿Acaso se te olvida que la mayoría de tus congéneres se sienten atraídos por nuestra belleza? Pero, ya que tú amas sinceramente a Dios, Él te ha concedido ver nuestro verdadero rostro, que es repugnante, y sentír la hediondez que, soplando, despedimos sobre todos”.

Nosotros, participando con Daniel de la fuerza de la acción de la Gracia, amparados por el poder de Emanuel, poseedores de todas las armas inmateriales, ciñendo el escudo de la justicia y sosteniendo la espada del espíritu, creemos en la palabra de Dios. Tal como Él mató al monstruo y aplastó a Baal, también nosotros vencemos al demonio —y a quienes le sirven—, quien levanta contra nosotros su viperina cola.

Dios no nos oculta la forma de proceder del maligno, y nos ha enseñado tres o cuatro veces la naturaleza de la iniquidad y el pecado, que emana una insufrible pestilencia. Yo mismo pude ver las pasiones que brotan de la maldad. Y aún no he entendido su final. Pero sí que conocí su hedor. Por eso es que huí de ella. Y luego supe que también se trataba del desenfreno. Mi alma se estremeció ante la fetidez del desenfreno y la maldad. Y, aunque trate de huir lejos, no había lugar, porque toda la tierra estaba llena de ese hedor. Entonces, esas pasiones clamaron en voz alta: “Hijito, ¿por qué huyes de nosotras? ¿Acaso se te olvida que la mayoría de tus congéneres se sienten atraídos por nuestra belleza? Pero, ya que tú amas sinceramente a Dios, Él te ha concedido ver nuestro verdadero rostro, que es repugnante, y sentír la hediondez que, soplando, despedimos sobre todos”.

Esas palabras me llenaron de pavor, pero entonces vi que del Cielo descendía un santo y, cubriéndome, me insufló coraje, y después pude ver que dichas pasiones habían desaparecido de mi presencia y no volvieron a hacerse ver. Y también su hedor se disipó.

(Traducido de: Sfântul Simeon Stâlpnicul din Muntele MinunatCuvinte ascetice, Editura Doxologia, Iași, 2013, p. 108)