El hombre generoso es sincero y se desprecia a sí mismo. Es, ante todo, simple y humilde. Y todo esto no sólo le produce una paz profunda, sino que son cualidades que también los demás perciben. Es capaz de comunicarse interiormente con su hermano y entenderlo por completo. Por ejemplo, si atraviesas un momento de dolor, pero, para no causarle preocupación, le dices: “¡Me siento muy bien!”, él se dará cuenta de tu sufrimiento y tratará de no extenuarte. Pero otro, aunque te vea desanimado y aturdido, deseando retenerte por más tiempo, te dirá. “¡Padre, lo veo mejor que nunca, lleno de salud!”. Y le asistiría la razón, si al menos tuviera algún problema serio por discutir. El generoso, al contrario, aunque necesite hablarte de algo importante, te dirá: “¡Padre, he venido solamente para que me dé su bendición! ¡No quiero abusar de su tiempo!”. Cuando viene alguien y me habla así, me quedo por más tiempo dialogando con él, aún viendo que, entre lágrimas, me dice: “Padre, mejor me voy... ¡puedo ver que está muy cansado!”. ¿Cómo una persona con tanta delicadeza podría dejar de recibir el auxilio de Dios?

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 261