Las cosas de Dios y un santo de nuestros días
La mujer y el taxista caminaron unos 15 minutos, hasta llegar al monasterio. Entraron en la iglesia, veneraron los íconos... ¡y se quedaron atónitos cuando vieron al padre Jacobo saliendo del altar!
Una mujer que tenía a su pequeño hijo muy enfermo, vino a buscar al padre Jacobo para que bendijera algunas prendas de vestir del niño. Esto ocurrió en el invierno de 1970. Debido al mal estado de la carretera, entonces anegada por el fango, el taxi en el que viajaba aquella mujer se quedó atascado justo en la intersección que lleva a la gruta del Venerable David (de Eubea). Resignado, el chófer le sugirió que lo mejor era terminar el trayecto a pie.
En ese momento, vieron que apareció el padre Jacob montado en una mula, quien les dijo que se dirigía a Damnia —un pueblo situado a unos 6 o 7 kilómetros del monasterio—, para confesar a un enfermo en su lecho de muerte. La mujer quiso hablarle del motivo de su visita, pero el padre les enseñó el maletín en donde llevaba la comunión para el enfermo y les pidió que lo esperaran en el monasterio.
Así, la mujer y el taxista caminaron unos 15 minutos, hasta llegar al monasterio. Entraron en la iglesia, veneraron los íconos... ¡y se quedaron atónitos cuando vieron al padre Jacobo saliendo del altar!
—Padre Jacobo... ¿es que no iba usted de camino a Damnia?
—Así es, hija.
—¿No iba usted a confesar y darle la comunión a un moribundo?
—Así es.
—Entonces ¿cómo hizo para regresar tan rápido?
—Hija mía, esas son cosas de Dios.
(Todo esto se lo relató el taxista al obispo del lugar).
(Traducido de: Stelian Papadopulos, Fericitul Iacov Ţalikis, Stareţul Mănăstirii Cuviosului David „Bătrânul”, Editura Evanghelismos, București, 2004, p. 137)