En el Sacramento de la Confesión, el fiel, con el don de Dios, demuestra su autoconocimiento, identificando sus propias pasiones y las debilidades que le apartan de Dios. El padre espiritual, con la luz del Espíritu Santo —que examina las profundidades del corazón—, distingue las pasiones, y el creyente que se confiesa es puesto frente a frente con su “yo” real, para reconocer la enfermedad que este padece, sin ser traumatizado, sin desesperarse y sin intentar justificarse.

Los Santos Padres de nuestra Iglesia, como vasos del Espíritu Santo, son los mejores psicoanalistas. Este don lo tienen también los padres espirituales, como administradores y responsables de los sacramentos de Dios.

(Traducido de: Arhimandritul Atanasie Anastasiou, Spovedania. Îndrumar, Editura Sofia, București, 2004, p. 109)