¡Las flores nos pueden enseñar tantas cosas!
Nuestro Señor nos ordena observar las flores y aprender de ellas cómo dirigir los pensamientos de nuestro corazón, nuestros anhelos y nuestro amor, no a las cosas del mundo, sino al Único Dios, para amar al Creador y no a la criatura.
“Observad cómo crecen los lirios del campo”. ¿Cómo crecen las flores silvestres? Abriéndose hacia el cielo. El tallo no inclina su flor hacia abajo, sino que la abre hacia el cielo, revelando lo que hay en su interior, como si quiseira mostrársela al firmamento, o, mejor dicho, al Creador Mismo, a Dios. Nuestro Señor nos ordena observar las flores y aprender de ellas cómo dirigir los pensamientos de nuestro corazón, nuestros anhelos y nuestro amor, no a las cosas del mundo, sino al Único Dios, para amar al Creador y no a la criatura, para no buscar las cosas mundanas, sino las del Cielo, para no concentrarnos en lo que hay aquí en la tierra, sino en lo que está en lo Alto. Por eso, cuando nos pide que dirijamos la mirada a los lirios del campo, es como si nos estuviera diciendo: “¡Que las flores silvestres os sirvan de ejemplo!”. ¡Que ellas nos sirvan de mentores y preceptores en el conocimiento de Dios, de Su amor y del servicio a Él!
Si el hombre, como dice el salmista, es como la hierba, entonces sus pensamientos serán, en su corazón, como las flores o como las hojas. Y esto es lo que el hombre tiene que revelarle a Dios, su Creador; solamente en Él tiene que pensar todo el tiempo, y solamente Él debe ocupar sus pensamientos. Quien tenga su corazón y su mente dirigidos a Dios, verá cómo sus flores no quedarán sin fruto, sino que le darán un verdadero fruto divino. El hombre que piensa siempre en Dios, es que lo ama. El que piensa solo en las cosas del mundo, es que ama al mundo. ¡Y el hombre se asemeja a lo que ama!
(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Viața și omiliile, Editura Egumenița, Galați, p. 43)